Trina
es la única tía que me queda por parte de padre. Es una persona excepcional; dinámica,
divertida, jovial, educada y muy amena.
Nos cuenta cosas que le han pasado y lo hace con mucha gracia y
soltura. Sabe perfectamente cómo
amenizar las tertulias. Es una gozada
escucharla porque las anécdotas que le ocurren son de lo más divertidas. Voy a hacerles partícipes de algunas de
ellas:
Hace
algún tiempo, mi tía Trina fue a la playa en unión de familiares y amigos. Después del baño, se cambiaban de ropa en una
furgoneta y, mientras ella lo hacía, oyó una voz que le pareció conocida,
diciendo: “voy…yo”, a lo que ella contestó, “espera un momento”. Enseguida volvió a oír lo mismo “voy…yo”. Esa vez ella replicó “ya salgo, ¡vaya
prisas!. Al salir, la persona que
hablaba le preguntó “¿cuántos bollos quiere?.
Era un vendedor de bollos que entonaba “bo…yos”.
Cierto
día, se puso a planchar en la terraza de su casa. Previamente había acoplado un extensible para
que le alcanzara el cable de la plancha pero, al poco rato, se dio cuenta de
que no llegaba la corriente, por lo que dijo a alguna de sus hijas, dile a tu hermana
que coloque el extensible porque la plancha está fría. Inmediatamente, su hija le indicó a su
hermana, deprisa, trae el tensiómetro que a mamá se le bajó la tensión y está
blanca y fría. Esa anécdota sirvió de
divertimento a todos ese día y muchos más.
En
otra ocasión, cuando aún vivía su esposo, iba con él en el coche por una de las
carreteras de Caracas. Durante el
trayecto, iba ojeando el contenido de
los carteles publicitarios –es una costumbre que tiene–cuando uno llamó su
atención. Leyó “Clínica de la alegría y el alma”. Dice que, inmediatamente,
pensó que debía tratarse de un lugar bonito donde la gente se recuperaba del estrés
y el desánimo y, tal vez, hasta tuviera una capilla para ponerse en paz con
Dios y ser feliz. Compartió esta
reflexión con su marido, formulándole además, su deseo de visitar la clínica alguna
vez. Quedaron en echarle un vistazo al
regreso del viaje y así lo hicieron.
Ella estaba deseando ver el lugar pues, tenía curiosidad por comprobar
si era cómo había imaginado. Al llegar y
ver el anuncio de cerca, ambos se pusieron a reír sin parar. El cartel ponía “Clínica
de la alergia y el asma”. ¡Lo que no le
pase a mi tía Trina…!