viernes, 14 de septiembre de 2012

MÁS QUE UN OBJETO de Edelmira Linares




En un lugar algo escondido, donde se guarda lo de uso cotidiano que no se pone a la vista; allí es donde se encuentra.
Hace ya bastantes años que llegó a casa.  Cuando la vi por primera vez, me produjo rechazo; incluso, discutí con mi marido por haberla traído.  Pero, una vez que no me quedó más remedio que convivir con ella, nos fuimos haciendo amigas, poco a poco.
Como todo lo nuevo, al principio cuesta entenderlo aunque, con el roce del día a día, he de reconocer que cada vez me caía mejor.  Quizá porque, gracias a su ayuda, mi calidad de vida mejoró y gané tiempo para otras cosas.
Hoy por hoy, no sé qué hacer sin ella.  Forma parte de mí y, me atrevo a decir que sin su ayuda no soy nada.  Por eso, después de tanto tiempo, aprovecho la ocasión para darle las gracias por existir y llegar a mi vida, mi siempre necesaria Lavadora.

domingo, 9 de septiembre de 2012

NO ES LO QUE PARECE de Mary Rancel




Trina es la única tía que me queda por parte de padre.  Es una persona excepcional; dinámica, divertida, jovial, educada y muy amena.  Nos cuenta cosas que le han pasado y lo hace con mucha gracia y soltura.  Sabe perfectamente cómo amenizar las tertulias.  Es una gozada escucharla porque las anécdotas que le ocurren son de lo más divertidas.  Voy a hacerles partícipes de algunas de ellas:
Hace algún tiempo, mi tía Trina fue a la playa en unión de familiares y amigos.  Después del baño, se cambiaban de ropa en una furgoneta y, mientras ella lo hacía, oyó una voz que le pareció conocida, diciendo: “voy…yo”, a lo que ella contestó, “espera un momento”.  Enseguida volvió a oír lo mismo “voy…yo”.  Esa vez ella replicó “ya salgo, ¡vaya prisas!.  Al salir, la persona que hablaba le preguntó “¿cuántos bollos quiere?.  Era un vendedor de bollos que entonaba “bo…yos”.
Cierto día, se puso a planchar en la terraza de su casa.  Previamente había acoplado un extensible para que le alcanzara el cable de la plancha pero, al poco rato, se dio cuenta de que no llegaba la corriente, por lo que dijo a alguna de sus hijas, dile a tu hermana que coloque el extensible porque la plancha está fría.  Inmediatamente, su hija le indicó a su hermana, deprisa, trae el tensiómetro que a mamá se le bajó la tensión y está blanca y fría.  Esa anécdota sirvió de divertimento a todos ese día y muchos más.
En otra ocasión, cuando aún vivía su esposo, iba con él en el coche por una de las carreteras de Caracas.  Durante el trayecto, iba ojeando el contenido  de los carteles publicitarios –es una costumbre que tiene–cuando uno llamó su atención. Leyó “Clínica de la alegría y el alma”. Dice que, inmediatamente, pensó que debía tratarse de un lugar bonito donde la gente se recuperaba del estrés y el desánimo y, tal vez, hasta tuviera una capilla para ponerse en paz con Dios y ser feliz.  Compartió esta reflexión con su marido, formulándole además, su deseo de visitar la clínica alguna vez.  Quedaron en echarle un vistazo al regreso del viaje y así lo hicieron.  Ella estaba deseando ver el lugar pues, tenía curiosidad por comprobar si era cómo había imaginado.  Al llegar y ver el anuncio de cerca, ambos se pusieron a reír sin parar. El cartel ponía “Clínica de la alergia y el asma”.  ¡Lo que no le pase a mi tía Trina…!