sábado, 8 de septiembre de 2012

RETRATO de Dolores Fernández Cano



Me ha correspondido definir el carácter de Amalia.  Lo voy a intentar hacer bajo mi punto de vista, sin caer en la adulación facilona y el peloteo ramplón.  También lo haré sin ningún otro ánimo que el de la franqueza.
Veo a Amalia, como una persona reflexiva, tranquila y serena.  Posee un carácter agradable.  Es afable y mesurada.  Sabe conectar con las personas porque sabe escuchar y conversar a un mismo tiempo.
Cuando la conocí –fue en la primera excursión comercial que hicimos– al regresar a la guagua,  dijo unas palabras que me gustaron mucho.
Creo que tiene madera de líder y pienso que es dueña de una gran capacidad para planificar, supervisar y tomar decisiones ante las situaciones y problemas difíciles.
Pongo punto final a este retrato que ha sido efectuado con un buen revelado.

viernes, 7 de septiembre de 2012

BARQUITOS DE PAPEL (Historia de mi querida abuelita) de Lucía Hernández




Hoy quiero hacer memoria de una historia que llevo en mi corazón.
Mi abuelita se llamaba Martina.  Nació en el pueblo de Puntallana, isla de La Palma.  Allí vivió junto a sus seres queridos; sus padres, hermanos y demás familiares hasta que, ya en su juventud, sin esperarlo y por sorpresa, apareció en su vida un joven llamado Andrés.  Con el tiempo, decidieron unirse en matrimonio y en ese trayecto de su vida, tuvieron dos hijos; uno de ellos fue mi padre.  De esto hace ya mucho más de un siglo.
El trabajo del campo era muy duro y muchas personas de aquel pueblo emigraban a Cuba, en busca de mejor porvenir.  Mis abuelos tuvieron ese pensamiento y decidieron un día realizar el  viaje.  Mi abuela, mujer de campo, veía el mar y su lejanía y, cuando pasaban los barcos, le decía a mi abuelo que parecían barquitos de papel en medio de aquella inmensidad.  Aunque con mucho miedo, mi abuelo finalmente, pudo convencerla.
Hicieron el viaje con sus dos niños.  Se instalaron en La Habana y contaban que lo pasaron muy bien.  Pasados los años, uno de los niños enfermó.  Mi abuela nos decía que lo vieron varios médicos pero el niño seguía malo.  Un día, mi abuelo le comentó, vámonos para Canarias para que nuestro hijo muera allí.  Ella, la pobre, aunque tuviera que pasar el miedo de subir nuevamente a aquel barquito de papel, se decidió, y juntos, regresaron a su tierra.
Todos los vecinos los recibieron con mucho cariño y, al mis abuelos comentarles el motivo de su regreso, todos les informaron que había por allí una señora de esas que llamamos curanderas que tal vez pudiera ayudarles.  Así allí se fue mi abuela y la curandera le aseguró que ella podía curar a su niño.  Aunque le costó mucho confiar en ella, después de haber pasado por las manos de tantos médicos sin ningún resultado, aceptó que tal vez existieran los milagros y… así fue.  Dios creó este milagro; el niño se curó y murió, después de una larga vida, cuando tenía noventa años.
Es una historia triste pero real.  Mi abuela en su día se quedó viuda y no se fue nunca más de su pueblo. 
En Cuba se había acostumbrado a fumar cachimba, como ella misma decía.  Recuerdo que, siendo yo una niña, me repetía siempre, ¡tú no hagas esto, mi niña!.
En su pueblo natal terminó sus días. Había sido muy buena para todos los suyos.  Sólo tuvo dos nietos a los que quiso mucho, igual que nosotros a ella.  Cuando Dios la llamó, ya tenía muchísimos años.
Su recuerdo aún perdura.  Es muy grande y muy bonito.  Hasta el cielo envío una oración y todo nuestro cariño.