Aquella
niña quedó huérfana por el temporal de mayo.
Corrieron todos los barrancos de las islas y su madre se ahogó en uno de
la Gomera. Una buena mujer la recogió y
crio junto a sus hijos.
Al
pasar los años, la señora tuvo miedo de la ya jovencita y sus dos chicos y
decidió mandarla a Tenerife con un hermano.
Partió la joven pero, su cuñada no la quiso y se vio en la calle. Deambuló perdida hasta dar con las monjas,
madres de chicas con problemas. La
acogieron, le buscaron un empleo con una alemana.
Con
el tiempo, se compró un pisito. Mucho
después, se jubiló y, como era muy inquieta y no podía parar, creó el jardín de
su Iglesia, admirado por todos.
Le
faltó algo más y tocó aquí y allá, hasta que fundó un Centro para Mayores y lo
llamó Flores del Teide. Con él creo una
familia de desconocidos.
Cuando
llegó su hora, partió dejando un gran vacío y, como le cantaron en su despedida
porque ella así lo quiso:
Cuando un amigo
se va, algo se muere en el alma
Y
es la pura verdad, recordada María Luisa Mendoza