Existen
recuerdos que perduran en el tiempo a pesar de que éste pase
irremediablemente. Como cualquiera, he
tenido niñez, juventud, madurez y, ahora… vejez; mejor dicho, tercera
edad. La época más plena de mi vida, por
decir algo.
A veces,
me pongo a ver fotos del ayer, evocando otros tiempos que se fueron para no
volver. Uno de esos días, reparé en una
fotografía en la que me vi joven junto a mi marido. En ella, se distinguen nuestras siluetas y un
misterioso atardecer que le da un aire de romanticismo. Mi primera memoria me llevó a repasar el
lugar de la instantánea. Fue sacada por
una amiga, con una cámara que ahora guarda mi hija como recuerdo.
Por mi
nostálgica memoria, pasa como si de una película se tratara, el instante en que
fue inmortalizada la escena. Ocurrió en
un bonito ocaso, estando de visita en Loro Parque. El entorno era aparente y mi amiga,
entusiasmada, nos dijo:
-Colóquense,
que quiero hacerles una foto que va a quedar preciosa. Este ambiente es ideal y la luz casi en penumbra hará el resto. ¡Van a
flipar cuando la vean!
Efectivamente,
la foto nos gustó mucho. Fue nuestra
preferida durante mucho tiempo, por lo que la coloqué en un marco sobre un
mueble. ahora, descansa en el álbum y,
su lugar de preferencia lo ocupa una foto de nuestro nieto.