lunes, 18 de marzo de 2013

MIS COMIENZOS EN LA VIDA LABORAL de Amalia Jorge Frías



Pertenezco a una generación en la que la discriminación de la mujer empezaba dentro de la propia familia.  Nosotros éramos dos hermanos, chica y chico, y aunque mis padres siempre estaban pendientes de que estudiásemos, el primer revés importante que tuvimos en la familia, me afectó a mí y no a él.  En esto influyó también el hecho de que yo tuviera dos años más y, en esas edades, dos años cuentan mucho.
Cuando cumplí diez años y mi hermano ocho, mi madre enfermó del pulmón.  En esa época, a todas las personas que contraían esa enfermedad, se les ingresaba en el Hospital del Tórax, pero mi padre quiso cuidarla en casa.  La primera medida que tomó, entre otras, fue que mi hermano y yo nos trasladáramos a la casa de mis abuelos, que vivían en Fasnia.  Allí estuvimos seis meses y, en ese tiempo, mi madre se recuperó gracias a los cuidados de mi padre, de mi abuela, que iba y venía, y de una señora que contrataron para que estuviera fija con ella.
Fue en ese tiempo que pasé en Fasnia cuando empecé a conocer y a enamorarme del campo. Al regresar, habíamos crecido tanto, que yo aparentaba tener trece o catorce años.
La venta que teníamos en casa llevaba cerrada todo ese tiempo y pronto, mi madre me dijo
-Yo me siento en una silla para hablar con la gente y tú las vas atendiendo.
Así fue como empezó mi vida laboral.  Ya no volví por las mañanas al colegio, iba solamente por las tardes noche.  Estuve hasta los dieciocho años, que quise cambiar y me presenté a una convocatoria que hizo Cáritas Diocesanas y di comienzo a otra etapa de mi vida que, para no extenderme, les prometo contar en el siguiente capítulo.




MUJERES TRABAJADORAS de Luisa Delgado Bello



En los años cincuenta, en la costa de San Miguel, había muchas fincas arrendadas para el cultivo de tomate.  Primero, para ponerlas en producción,  tenían que quitarle todas las piedras a la tierra y eso lo hacían las mujeres, recogiéndolas en cestas que transportaban en la cabeza para llevarlas a unos grandes montones que los hombres colocaban haciendo una especie de pirámides; ¡ahora dicen que fueron hechas por los guanches!.
Esas mujeres, para protegerse del sofocante sol, se ponían unos grandes sombreros en la cabeza y debajo un pañuelo atado al cuello. En las piernas usaban  unas medias de punto gordas  que, cuando se le rompían,  hacían con ellas una especie de guantes para, de esa manera, cuidar sus manos.
Todas ellas eran dignas de admiración, porque luego de una durada jornada de trabajo, al llegar a sus casas, continuaban haciendo todas las tareas domésticas y cuando terminaban con ellas, iban a lavar la ropa en una atarjeas por las que el agua corría.  Colocaban una piedra plana y allí, de rodillas, lavaban hasta dejar su ropa como los chorros del oro.  Eso sí era trabajar.  Ahora nos quejamos por nada aunque tenemos todo lo que queremos solo con tocar un botón.
Mi admiración para todas ellas; de las que todavía me acuerdo como si fuera hoy.



RECUERDOS de Natividad Morín



Era la menor de cinco hermanos.  De soltera no trabajó, ni dentro ni fuera de casa, sólo los mandados, pero cuando se casó a los veintidós años, se enfrentó al trabajo del hogar, al que no estaba acostumbrada, sobre todo la cocina y lavar la ropa.  En aquella época no tenía lavadora y las sábanas le resultaban enormes.
Pasaron los años, tuvo cinco preciosos hijos, de los que estaba muy orgullosa y sentía que ellos eran lo mejor que le había pasado en su vida.  Atendía al marido, la suegra y los hijos, no paraba pese a lo cual, la mayoría de las veces, no le reconocían su trabajo.
Cuando el hijo pequeño tenía seis años, empezó a trabajar fuera de casa.  Tenía que compaginar los dos trabajos y la familia. En esa tarea, hubo momentos buenos y momentos malos que le marcaron.
Al cabo de cuarenta años, toda una vida, enviudó y tres años después, se jubiló.
Esta resumida historia es como la de miles de mujeres que viven con orgullo el ocho de marzo, el día de la Mujer.
La protagonista de este relato, ahora es feliz, con sus hijos y nietos y, aunque hay retazos de su vida que ha omitido y quedan solo para el recuerdo porque…, como dijo Teresa de Calcuta en un poema a la mujer:
“Haz que, en vez de lástima, te tengan respeto”





OCHO DE MARZO de Elda Díaz



Para la mujer  trabajar fuera de casa es estupendo, claro que sí, es muy bueno, pero también hay que tener en cuenta que para sentirse totalmente realizada, al llegar a casa, habría que compartir las tareas.  La realidad no es esa porque cuando termina el trabajo, llegas a preparar la comida, a ocuparte de los niños, atender la casa, y si alguien se pone malo, a llevarlo al médico, y muchas cosas más…  Después de todo eso, llega la noche y claro, caes en la cama “como un tronco”.
Personalmente, aunque trabaje más, me gusta hacerlo fuera de casa también, porque aporto más a la economía familiar y me siento mejor conmigo misma.  Según mi experiencia, creo que una vez que has trabajado fuera, es muy difícil acostumbrarte de nuevo a ser sólo ama de casa, porque es como si la casa se te viniera encima.
En conclusión, le doy gracias a Dios, por tener la posibilidad de salir a trabajar, aunque el esfuerzo sea el doble, y mucho más ahora cuando un trabajo es un tesoro.



UTOPÍA de Carmen Margarita




Me contaron que existía un lugar donde el aroma de las flores era el mejor manjar, el ruido de los ríos era un elixir balsámico, el zumbido del viento, risas de felicidad, la lluvia puro maná.  Al reflexionar sobre ello no dejo de preguntarme dónde encontrar ese utópico paraíso.




OCHO DE MARZO de Elvira Martín Reyes




El otro día, en una reunión, escuché a unos amigos hablar entre sí.  Después de los saludos, vinieron las preguntas: ¿cómo está la familia?, muy bien, la niña en ballet, el niño en kárate y yo al gimnasio todos los días.  Los invito a una paella a las once, eso sí, hecha por mi señora, dijo en un momento dado el padre de familia. 
La señora, que se había levantado a las seis de la mañana y después de dejar a los niños en el colegio, se había ido a trabajar, luego al salir los había recogido para llevarlos por la tarde a las actividades, vuelto a casa para recogerla y mil cosas más, propia de una madre trabajadora, no daba crédito a la invitación de su marido.
Cuando el amigo preguntó: ¿y en tu casa quién trabaja?, el aludido respondió: mi esposa solo trabaja nueve horas.  Era obvio que el señor era únicamente el representante familiar.
Las mujeres hemos avanzado mucho, pensé, pero todavía nos falta camino por andar.
Sirva este humilde relato para destacar la valentía de las mujeres que tal día como hoy, perdieron su vida por defender los ideales que creían justos:  igual trabajo, igual salario, y para poder en la actualidad, contarlo nosotras, sin necesidad de representante familiar.


ASÍ ERA ANTES de Mary Rancel


   


Una amiga que conocí en mi adolescencia me contó, en cierta ocasión, que ella de chica –tendría unos diez u once años –se quedaba al cuidado de su hermana pequeña para que su madre pudiera salir a trabajar.  La buena señora, antes de marchar a la faena, dejaba hecha la comida para la familia.  Para la hija pequeña, disponía dos biberones de leche de vaca y le daba instrucciones a su hija mayor –mi amiga –para que se los diera a la hora que le correspondía cada uno y la forma de calentarlos al baño María.  Al principio, todo fue bien pero, a los pocos días, era mi amiga quien se tomaba los biberones, sentada tras la puerta de la calle.  Dejaba un poquito de leche para su hermana que, aumentaba con agua, y eso era lo que tomaba la pequeña.
Como es de suponer, la niña estaba cada vez más delgadita y con aspecto enfermizo.  La madre optó por llevarla al médico y éste la mandó ingresar en el Hospitalito de Niños.  Allí le hicieron una analítica que determinó que tenía anemia.  Mi amiga, arrepentida, contó a su madre lo que hacía en su ausencia con los biberones de la cría.  Por poco la mata, pero no llegó la sangre al río.  La pequeña se recuperó y todo quedó en una anécdota.

Después del incidente, mi amiga volvió a ser escolarizada y su madre –que no podía dejar de trabajar –llevaba a la pequeña con ella.


DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA de Dolores Fernández Cano





Carlota, mientras se prepara para asistir a su trabajo, escucha en la radio que hoy, ocho de marzo, se conmemora el día de la mujer trabajadora.  Ella no cree en esa celebración, en sus reflexiones mañaneras discrepa, sobre todo, al oír que siempre ponen de ejemplo a las mujeres casadas.
 Y las solteras ¿qué? –se pregunta.
Como se encuentra sola, ella misma se contesta.
-Después de mi jornada labora, llego a casa, tengo que limpiarla, hacer la compra -¡ah!, por cierto, se me olvidó sacar el pescado del congelador, por lo tanto tendré que improvisar el almuerzo –.
Carlota suspira.  Ella tiene la certeza de que en este siglo XXI, las mujeres gozamos de nuestros derechos, pues se ha avanzado muchísimo.
Hoy día se compagina la vida laboral con la familiar.  Lo que no debemos hacer en bajar la guardia, ya que en los caminos de la vida, quedan recovecos por explorar.
Esta es la opinión de Carlota, una mujer trabajadora, soltera y sola, pero no por eso, con menos ambiciones y responsabilidades.

DÍA DE LA MUJER de Edelmira Linares

Pintura de Mauricio Silerio



Dios creó el hombre a su imagen y semejanza, pero se dio cuenta de que estaba solo y creo a la mujer para que lo acompañara.  Desde los orígenes, somos de segunda categoría; una figura decorativa que acata la voluntad del hombre. 
Han tenido que pasar muchos siglos para que se nos empiece a considerar como algo más.  Hemos luchado contra viento y marea para poder demostrar nuestra valía y, aún hoy, algunos nos quieren callar, creo que por miedo o cobardía.
Dicen que somos el sexo débil, pero parimos con dolor, luchamos con coraje, pensamos con razón y no necesitamos tanta fuerza porque somos mañosas e ingeniosas.
El 8 de marzo, celebran el día de la mujer trabajadora, pero no estoy de acuerdo con ello porque lo verdaderamente importante es ser mujer, los demás calificativos sobran. 
Somos mujeres, que con nuestra callada labor diaria, hemos ganando nuestro puesto en esta sociedad machista.  Hoy podemos decir que, los crearían primero, pero ya se sabe, que todos los prototipos vienen con fallos.




MI PRIMER DÍA DE TRABAJO de Teresa Darias



Mi vida, hasta después de muchos años de casada, había sido el hogar y mis tres hijos, pero después, algunas circunstancias me hicieron tener que compaginar hijos, hogar y trabajo.  Nunca antes había trabajado fuera del hogar y lo empecé haciendo en una ferretería, aunque no sabía distinguir un clavo de un tornillo.  Me había propuesto salir  adelante y así fue, con mucho tesón y voluntad por mi parte.
Como anécdota puedo contar que, el primer día que empecé a trabajar, entró a la ferretería un señor que me pidió una llave fija 10-.12.  Yo no tenía ni idea de qué era eso y así se lo dije al caballero.  Él me contestó que cómo pensaba trabajar allí si no conocía lo que me estaba pidiendo.  Mi contestación fue que para aquel trabajo no hacía falta pasar por la universidad.
Con el tiempo, yo aprendí los nombres de todos los productos, leyéndolos en las facturas y aquel buen señor siguió siendo nuestro cliente.  Alguna vez nos reímos juntos al recordar aquella anécdota.
Y así, de aquella manera pasé veinte y tantos años, compaginando hijos, hogar y trabajo.



AQUELLA TARDE de Carmen Margarita



Elda y Luis quedaron para pasar una tarde en la playa.  Habían estado un poco distanciados por pequeñas tonterías, pero Elda rápidamente cogió las riendas de la situación, comentando lo hermosa que era aquella puesta de sol, a lo que Luis contestó que, aquellos matices de color junto al olor de mar, le transportaban a lugares dulces y románticos, donde era fácil olvidar todo lo desagradable que habían podido sentir.
Y así, de aquella manera, pasaron una tarde inolvidable, entre risas y bromas.  Cuando se despidieron, Luis llevaba puesta una aureola de felicidad.