Hoy
me he levantado muy contenta; mi amiga Amparito, que tiene ocho años –como yo –va
a venir a mi casa, a jugar conmigo.
Nuestras madres, aunque no son amigas ni se conocen, nos han dado
permiso para pasar la tarde juntas y la mía me ha prometido que hará una
merienda muy buena, con galletas y todo, ¡qué bien!, así Amparito querrá volver
otro día.
Para
que no se me olvide, voy a ir escribiendo en esta cuartilla, todo lo que pase
durante el día. Después lo guardaré en
la cajita de mis tesoros para que no se me pierda nunca.
A
las cinco de la tarde tocan a la puerta, ¡qué bueno!, Amparito ha traído muchos
juguetes, algunos que yo nunca había visto.
Lo que más me ha gustado es una cajita redonda de cartón azul. Parece una polvera. Le he dicho que me gusta
y ella, enseguida, me la ha regalado. Yo
me he quedado muy contenta. ¡Qué buena es Amparito!
Cuando
se marchó, fui corriendo a enseñársela a mi madre. ¡Qué bonita!, ha dicho ella,
la pondremos encima de tu mesa de noche y guardaremos tus trabas y cintas de
pelo en ella.
Había
pasado sólo un rato, cuando volvieron a tocar en la puerta. Ya no esperábamos a nadie y mamá y yo nos
sorprendimos, al abrir y ver en la puerta a Amparito llorando y a su madre
enfadada. Venían a pedirme la
polvera. No tengas miedo, le dije, no
pasa nada. Y aguantando yo las ganas de
llorar, fui a mi cuarto, cogí la cajita de cartón y mientras avanzaba por el
pasillo fui dándole besitos. Cuando la
madre de mi amiga la cogió, estaba un poco mojada y se enfadó aún más y tirando
de Amparito, se marchó sin decir adiós, siquiera.
Yo
me quedé muy triste; por la cajita de cartón y porque sé que ya no jugaré más
con mi amiguita.