En el año 600 A.C, había un pescador de cincuenta años que
vivía con su mujer, en una casita de madera al lado de la cual, pasaba un río. Un día, se fue a pescar truchas para el
almuerzo porque no tenían otro sustento y, nada más llegar, lanzó la caña al
agua. Pasados unos cinco minutos, sintió
que habían mordido el anzuelo pero, debido al peso no podía subir la caña. Cuando lo logró, el pescador se sorprendió al
tener ante sí a una enorme trucha que, al verse cogida, le imploro que la
soltara, que si la dejaba vivir, ella le daría todo lo que le pidiera. Como tenía un buen corazón, el pescador la
soltó.
De la alegría que le dio, se fue corriendo a su casa para
contárselo inmediatamente a su mujer.
Ella, que era muy avariciosa, lo mandó al río para que le pidiera a la
trucha una casa donde vivir mejor, aclarando que la quería con jardín. Al llegar, el pastor la llamó
-¡Truchita, truchita! – y enseguida le dijo lo que su mujer
quería.
-Pues, vete pescador, que la tendrás –le contestó la trucha,
y así fue.
Pero la mujer era terriblemente codiciosa, un día le dijo al
marido que ahora quería un palacio, que le pidiera a la trucha uno lleno de
sirvientes. El pescador hizo la
solicitud a la trucha y ella también se lo concedió.
Pasados sólo unos días, la mujer quiso más. Decidió que quería ser como Dios, para hacer
el día y la noche.
Se fue el pescador al río, llamó a la trucha y se lo dijo
-Mi mujer quiere ser como Dios
Esta vez, la trucha –muy enfadada –le contestó
-¡Vete pescador, vete!
Él marchó y cuando llegó a su casa, solo encuentra
escombros.
Apenado, el pescador volvió al río y le suplicó a la trucha
que le diera algo, que se habían quedado sin nada, que ahora tendrían que vivir
como pobres mendigos en la intemperie.
La trucha le contestó:
-Como tú eres un hombre que tiene muy buen corazón, todas
las estrellas del cielo que veas por las noches, serán para ti.