jueves, 15 de noviembre de 2012

TERCER PREMIO NARRATIVA HERTE 2012


SANGRE, SUDOR Y CEBOLLA  de  Concepción Gonçalves Cobo

Y allí estaba, sentada en el último vagón, mirando por la ventana la rapidez con que pasaban los árboles y las casas, al igual que habían pasado los años. Casas, que a lo lejos, como minúsculas motas de polvo, se esparcían por el aire.  Así me sentía, los años anteriores no habían sido fáciles, quería ser aire.  La inspiración se había marchado, estaría con él.  Me sentía así por alguien que creía conocer y todo fue mentira.  Manuel, así se llamaba, me dio los mejores momentos de mi vida.  Aquellos ochenta, años de movida madrileña, aunque en mi ciudad todo llegaba más tarde, pero aún así me cardaba el pelo y usaba ese maquillaje que, como cantaba Mecano, era para no poderse levantar.  Y ahora que lo necesitaba, no estaba, se agobió.  Me levanté un día y ya no estaba, recorrí los sitios por donde solíamos pasear, el parque que tanto nos gustaba, su césped verde, siempre florecido y bien cortado por el jardinero Juan con quien después de tantos años entablamos amistad y nos contaba cómo cultivar nuestro jardín, era ese amigo que, sin quererlo, nos recetaba la fórmula para cultivar un amor frondoso.  Y así, recorrí la ciudad buscándote, llamé amigos en común.  Pero ni rastro.  Fue entonces cuando por la calle Bartolomé, donde está esa librería tan pequeña con escaleras de caracol que subes peldaño tras peldaño, unos cincuenta y tres llegamos a contar, para llegar a un desván que es la sala de lecturas.  Te vi en el escaparate, no podía creerlo, esa novela, que tú viste nacer, las primeras ideas, mis noches en blanco delante del ordenador y tú amorosamente venías con un té, un beso y volvía mi inspiración.  Mis personajes que luchaban por sobrevivir en este mundo lleno de odio y competitividad y destacar sobre los demás.  Lo habías hecho, te vi en la portada de mi libro, con tu nombre.  Tu inspiración se había esfumado, tus historias de sangre y asesinatos ya no vendían, pero robar mi vida.  Sí, mi vida, era la historia que soñé escribir y cuando al fin, folio a folio, le pongo fin, mi editora se dedica a buscar nuevos talentos y cancela su cita conmigo.  Decidimos darnos tiempo para estar juntos, sin libros, sin ordenador, sin teclas que teclear… Iniciamos el viaje en este mismo tren que ahora me lleva a ningún sitio.  Han pasado los años y aún me duele recordar que en este vagón surgió el título, sangre por tus libros, sudor por las noches que pasamos juntos y sólo sudábamos, cebolla es la última palabra que decidí, seguramente presagiaba este final, por cada piel que poco a poco lograste que me quitara por ti.  Nunca te lo dije, pero temía desnudar mi alma, todo te lo di y estoy sola, quiero encontrarte, saber de ti, aún te quiero y no te lo dije lo suficiente.  Padezco como mis personajes, amores, encuentros, desencuentros, viajes, pasiones, engaños, reconciliaciones.  Deseo encontrarte para reconciliarme pero, no contigo, conmigo, para demostrarme que puedo formar mi cebolla y entregar mi piel a quien lo merezca.

martes, 13 de noviembre de 2012

TRABAJO SUCIO de Maikel Lima Zamora (1º Premio Concurso Narrativa HERTE 2012)


TRABAJO SUCIO   de  Maikel Lima Zamora

El teléfono me despertó a las seis de la mañana.  Era el jefe.  Días atrás me había llamado a    su oficina para encargarme, personalmente, una tarea bastante comprometida.  Cada vez que surge algún trabajo complicado, me lo asignan a mí, simplemente porque saben que soy el mejor, modestamente.
Hace quince años que hago el trabajo sucio para el gobierno; lo he hecho bajo distintas administraciones.  Cuando algún político quiere deshacerse de algo sin ensuciarse las manos, entro en acción.  Casi he perdido la cuenta de las limpiezas que llevé a cabo para gente importante; siempre, con total precisión y discreción.  De todos modos, el trabajo de hoy se sale un poco de la rutina.  Viene bien, para variar.  Parece que un senador convocó a ciertos empresarios a su despacho, para tratar un asunto bastante delicado.  El jefe me encomendó la limpieza, sin muchas explicaciones.  Mejor así, prefiero no saber de qué se trata para no decir nada si alguien me presiona.  Es una tarea bastante ardua, ya que el edificio se encuentra repleto de diplomáticos extranjeros.  Tal vez, alguno de ellos ha sido citado por el senador.  Debo pasar desapercibido: es importante que nadie note mi presencia.  Sobre el final de la reunión, los encargados de seguridad ignorarán la vigilancia del despacho durante veinte minutos.  Cuento con ese tiempo para deslizarme dentro de la habitación, hacer mi trabajo y salir sin dejar rastro.  Tras retirarme, no quedará ningún vestigio de mi presencia, de la reunión, ni de quienes participaron en ella.  Un trabajo rápido, efectivo y limpio.  El edificio estará de bote en bote, por eso tengo que hacerlo solo; un grupo llamaría demasiado la atención.  Además, prefiero trabajar sin compañía, controlo mejor la situación.  Faltan cuatro minutos para la hora fijada.  Los pasillos hierven de diplomáticos de los más diversos puntos del planeta pero, por suerte, nadie parece reparar en mi persona.  Tal cual lo planeado, los agentes de seguridad no custodian el lugar.  Es hora de entrar y hacer mi trabajo.  Debo ser precavido desde el primer momento y no pasar por alto ningún detalle, por más insignificante que parezca.  Limpiar meticulosamente las huellas digitales del pomo de la puerta, del teléfono y del cristal del escritorio.  Sé que a muchos les desagrada mi trabajo, pero alguien tiene que hacerlo.  Cuando era novato, sentía un poco de asco pero, he visto cosas tan sorprendentes que ya soy prácticamente inmune.  Por eso soy uno de los mejores, por eso los de arriba confían en mí.
 Acabo de terminar el asuntito del senador.  Nadie sospechó nada.  Tres horas después, el presidente recibía al embajador de Alemania en la misma sala, como si tal cosa.  Otra vez salvé la imagen de nuestra nación.  Como era de prever, la operación resultó un éxito.  Sin embargo, por momentos pensé que no lo lograría, ya que tuve algunas dificultades con mis herramientas de trabajo.  Eso consta en mi informe.  Además se lo dije claramente al jefe.  O los muchachos del departamento técnico me arreglan el cable de la aspiradora o la limpieza la hace otro.  También le pedí otro frasco de Don Limpio, que no me queda.