viernes, 11 de mayo de 2012

UNA DILATADA CARTA de Amalia Jorge Frías


Hace algunos años, cuando la situación estaba aún peor de lo que está actualmente, el cincuenta por ciento de la juventud masculina se vio obligada a emigrar, sobre todo a Venezuela, aunque también a países de Europa, como Suiza y Bélgica.  Muchos se iban antes de que los requirieran para el servicio militar, por lo cual después, aunque no tuvieran suerte, se veían obligados a permanecer fuera muchos años.
A pesar de marcharse jóvenes, muchos de ellos ya tenían novia y el único contacto que les unía por dos o tres años eran las cartas, mientras que ellos se iban afianzando  hasta que terminaban casándose por poder.  Otros, con la separación se iban olvidando, conocían a otras chicas que tenían más cercanas y se casaban con ellas.
Andrés y Milagros empezaron el noviazgo con catorce años ella y dieciséis él.  Cuando Andrés se marchó, Milagros creyó morir, perdió el apetito, no quería salir de la casa y así fue por un par de meses hasta que recibió la primera carta.  En ella Andrés le decía que lo estaba pasando mal pero que cuando tuviese las cosas más claras, mandaría el poder, se casarían y pronto estarían juntos.
Con esa carta, Milagros volvió a revivir y empezó a hacer la vida normal aunque siempre pendiente del cartero.  Así pasaron los meses, los años pero, no recibió ninguna más.  Un día, tenía ya cerca de treinta años, se decidió, arregló los papeles (como se decía entonces), y pese a que toda la familia le aconsejaba lo contrario, cogió un barco y se fue a Caracas.  Llevaba con ella la dirección de Andrés y allí se pensaba presentar para darle la sorpresa.  Ella quería saber qué hacer con su vida, no podía estar supeditada a una carta, que de tanto leerla y llorar encima, ya ni la letra se entendía.
La travesía en el Santa María, que tal era el nombre del barco, duró quince días y en el transcurso de ellos, Milagros llamó la atención a un oficial muy apuesto.  Le sorprendía que una mujer como ella viajara sola y enseguida entabló conversación y se ofreció a enseñarle el barco.
Gracias a eso, a Milagros no se le hizo tan largo el tiempo y cuando el barco atracó en La Guaira, lo estaba pasando tan bien que sólo quiso ver lo que podía desde la cubierta.
Imaginemos la sorpresa de la familia cuando la vieron regresar tan pronto y las ganas con las que rompió aquella carta.
Todos entendieron que todo había sucedido porque su destino era enamorarse y casarse con aquel oficial en altamar y tuvo que embarcarse para que se cumpliera.

2 comentarios:

  1. Con reminiscencias de novela de mediados del siglo pasado, has sabido construir un bonito relato en el que el destino se abre paso. Muy bien.

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  2. No puedo volver a decirte que me sorprendes, eso ya te lo he dicho en otras ocasiones. Creo firmemente que tu destino es el de escritora. Muy buen relato, me ha encantado. Felicidades por ello. Un abrazo.

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