Hace algunos
años, cuando la situación estaba aún peor de lo que está actualmente, el
cincuenta por ciento de la juventud masculina se vio obligada a emigrar, sobre
todo a Venezuela, aunque también a países de Europa, como Suiza y Bélgica. Muchos se iban antes de que los requirieran
para el servicio militar, por lo cual después, aunque no tuvieran suerte, se
veían obligados a permanecer fuera muchos años.
A pesar de
marcharse jóvenes, muchos de ellos ya tenían novia y el único contacto que les
unía por dos o tres años eran las cartas, mientras que ellos se iban afianzando hasta que terminaban casándose por
poder. Otros, con la separación se iban
olvidando, conocían a otras chicas que tenían más cercanas y se casaban con ellas.
Andrés y
Milagros empezaron el noviazgo con catorce años ella y dieciséis él. Cuando Andrés se marchó, Milagros creyó
morir, perdió el apetito, no quería salir de la casa y así fue por un par de
meses hasta que recibió la primera carta.
En ella Andrés le decía que lo estaba pasando mal pero que cuando
tuviese las cosas más claras, mandaría el poder, se casarían y pronto estarían
juntos.
Con esa
carta, Milagros volvió a revivir y empezó a hacer la vida normal aunque siempre
pendiente del cartero. Así pasaron los
meses, los años pero, no recibió ninguna más.
Un día, tenía ya cerca de treinta años, se decidió, arregló los papeles
(como se decía entonces), y pese a que toda la familia le aconsejaba lo
contrario, cogió un barco y se fue a Caracas.
Llevaba con ella la dirección de Andrés y allí se pensaba presentar para
darle la sorpresa. Ella quería saber qué
hacer con su vida, no podía estar supeditada a una carta, que de tanto leerla y
llorar encima, ya ni la letra se entendía.
La travesía
en el Santa María, que tal era el nombre del barco, duró quince días y en el
transcurso de ellos, Milagros llamó la atención a un oficial muy apuesto. Le sorprendía que una mujer como ella viajara
sola y enseguida entabló conversación y se ofreció a enseñarle el barco.
Gracias a
eso, a Milagros no se le hizo tan largo el tiempo y cuando el barco atracó en
La Guaira, lo estaba pasando tan bien que sólo quiso ver lo que podía desde la
cubierta.
Imaginemos
la sorpresa de la familia cuando la vieron regresar tan pronto y las ganas con
las que rompió aquella carta.
Todos
entendieron que todo había sucedido porque su destino era enamorarse y casarse
con aquel oficial en altamar y tuvo que embarcarse para que se cumpliera.
Con reminiscencias de novela de mediados del siglo pasado, has sabido construir un bonito relato en el que el destino se abre paso. Muy bien.
ResponderEliminarNo puedo volver a decirte que me sorprendes, eso ya te lo he dicho en otras ocasiones. Creo firmemente que tu destino es el de escritora. Muy buen relato, me ha encantado. Felicidades por ello. Un abrazo.
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