Una mañana, tras una noche agobiante y un sueño intranquilo,
reflexiono que no resisto más este remordimiento. Me está consumiendo, no puedo seguir viviendo
de esta manera. Mi padre es una buena
persona. Él siempre me ha regalado su
confianza, su bondad. Me ha brindado
toda libertad para hacer y deshacer a mi antojo.
Cuando acaba su desayuno y antes de dirigirse hacia su
trabajo, con gran nerviosismo por mi parte, lo abordo en el pasillo y le insto
sin vacilar
-Tengo que confesarte algo
Mi padre hace un gesto con sus manos para luego preguntar
-¿A qué viene esto?
A continuación vuelvo a exclamar enérgicamente:
-¡Tengo que confesarte algo!
Debo confesar que he empeñado tu colección de monedas de oro para
liquidar una deuda de juego. Te suplico
perdones mis malos hábitos.
No sabemos si el padre perdonó tales hechos. Igual las monedas eran falsas y el sorprendido es el hijo ante tal confesión del padre. Eso es lo que tienen los finales abiertos, que el lector puede imaginar a su antojo. Muy bien, Dolores.
ResponderEliminarSiempre sorprendiéndonos con tus historias. Tú imaginación da para mucho y todo bueno.
ResponderEliminar