LA ESCALERA DE CARACOL
Cuando vi por vez primera una escalera de caracol y pude subir y bajar por ella, quedé fascinada. Aquel me pareció el artefacto más increíble del mundo. En ese momento pensé que cada casa debía tener una escalera de aquellas pues no podía existir nada mejor en el universo. Por suerte para mí, la escalera había sido instalada en la casa de mi íntima e inseparable amiga Macu. Yo tenía el privilegio de subir y bajar por sus peldaños cada día, montones de veces; tantas, hasta quedar extenuada, sudando a chorros y colorada como un tomate pero, más feliz que una perdiz.
Cada vez que salíamos de clase, tanto yo como las demás niñas, íbamos en peregrinación a la casa de Macu y, por turnos previo sorteo, nos poníamos a escalar y a bajar sus maravillosos escalones. Pero, ¡claro!, tanta dicha no podía durar eternamente.
Un día, una de las niñas se cayó, dislocándose un tobillo. Los padres de nuestra amiga pusieron fin a los juegos, peligrosos, según ellos aunque nosotras seguíamos pensando que eran de lo más divertidos y estupendos y que los padres de Macu eran unos exagerados.
Por mi condición de íntima amistad con Macu, pude seguir disfrutando de la escalera de caracol; no ya como juego pero, eso sí, subía y bajaba de la planta inferior a la superior infinidad de veces, con cualquier excusa. Luego, se lo contaba a las demás niñas de la clase, para que se murieran de la envidia. Por algo la dueña de la idealizada escalera de mis sueños era mi mejor amiga.
Muy buen relato. Lograste hilvanar una bonita historia a través del hilo conductor de una anécdota sencilla, vista desde la percepción de la niña que fuiste.
ResponderEliminarEscalera que evoco de cuando en cuando
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