Unos
amigos muy marchosos, jóvenes, con respecto a mi edad, me invitaron a que les
acompañara a una discoteca de moda para que cambiara de aires. Yo había
visitado alguna de joven pero, ignoraba que esas zonas de ocio hubieran
experimentado un cambio tan sustancial.
Ocurrió
una calurosa noche de verano. La
discoteca estaba situada en las afueras de la ciudad, ubicada en el
sótano. Se accedía por una estrecha y
angosta escalera metálica, iluminada con una tenue luz, tan lánguida que apenas
se podía ver. Por poco me mato antes de
tocar el suelo. Bajé dando traspiés,
aferrada a la barandilla con ambas manos, como si en ello me fuera la vida. Cuando toqué suelo firme, respiré
aliviada. Pude comprobar que el local no
tenía ventilación, estaba en penumbra, luces blancas que se encendían y
apagaban de forma intermitente que me mareaban…
En ese instante tan tenso para mí, interiormente me pregunté
-¿Cómo
pueden los jóvenes subir y bajar esa peligrosa escalera con tanta desenvoltura?
¿Cómo lograrán divertirse en un espacio en el que no se ve ni torta, con tanto
ruido, que no se puede ni trabar conversación?
Yo
estaba cegata, mareada, sudando como un pollo mojado y, lo peor de todo, ¡me
faltaba la respiración!... El ambiente
estaba tan cargado que era irrespirable y el aire viciado me originaba ahogo.
-¡Esto
no es lo mío!- me dije a mi misma, convencida.
Agarré
enérgicamente a una de mis amigas del brazo, esperando que fuera mi salvación
y, a grito limpio, le dije
-¡Me
voy de aquí, voy a terminar con un infarto, ¡me estoy asfixiando!
Ella
contestó sonriendo, intentando tranquilizarme
-¡Chica!
Espera, ya te irás acostumbrando a este ambiente tan guay. Tómate una copa y ponte a bailar. Es el impacto de la primera vez. ¡Si pareces
una cazurra de pueblo! ¡Anda!, vamos a la pista a mover el esqueleto.
-¡No
quiero!- le contesté alterada. Lo
siento, pero me marcho. No te preocupes,
cogeré un taxi. Coméntaselo al resto.
Subí
la escalera a trompicones y alcance la salida.
Al llegar a la puerta, aspiré hondo el aire cálido de la noche
veraniega, me llenó los pulmones y tranquilizó mi espíritu. Tomé un coche y regresé a casa despejada y
serena.
Mis
amigas me llamaron alarmadas. Les relaté
que ya estaba en casa y muy bien, que no volvieran a invitarme a esas
modernidades. Lo próximo sería ir a
tomarnos un barraquito. Colgaron el
teléfono desternilladas de la risa. Yo
dormí plácidamente.
Para gustos los colores, definitivamente. A mi me gustó tu relato, no sé si real o ficticio, por ejemplo. También estoy de acuerdo en que no hay nada como el aire puro.
ResponderEliminarME ALEGRA VER ESTE RELATO, PUES YA NO RECORDABA QUE LO HABÍA ESCRITO. TE BOMBARDEO CON TANTOS...
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