Cuando yo era pequeña, casi todos los niños de mi pueblo,
celebrábamos este gran día: 24 de diciembre.
Íbamos a la iglesia a celebrar el Nacimiento de nuestro Niño Dios. A las doce de la noche, caía un enorme velo
en el altar y allí aparecía un bonito Portal.
Todos nosotros vestiditos de pastorcitos, nos dirigíamos hacia el belén
para recitarle poesías al Niño y ofrecerle nuestros regalitos.
Aquella fue una época muy feliz. Nuestras casas se adornaban con lazos, flores
y todo era cariño, pero a medida que va pasando el tiempo, todo fracasa.
Perdóname buen Jesús, yo todo esto lo hacía con amor. ¡Oh,
Niño Dios! tú nacer quisiste, la tierra se inundó, se inundó de tu cariño. Y yo, sin querer, estoy triste. Tú sabes el porqué de mi dolor, pero aún
quiero recordar aquellos tiempos en los que, con ocho o nueve años, me acordaba
de ti y, mirando a tus ojos, te decía:
Azucena, pura y bella,
tierna flor de
Palestina,
donde el amor se
destella
y vierte la luz divina.
Yo imploro tu protección
y amparo bajo tu manto
para que cese el
quebranto
que sufre nuestra
nación.
Danos pues la dulce
calma
que la patria necesita,
recibe con mi visita,
mi afecto y dulce
cariño,
este pequeño juguete
que traigo para tu niño.
Muy bonita historia, plena de recuerdos. La poesía, a pesar del tiempo transcurrido, viene muy a propósito para los tiempos que vivimos.
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