Les cuento que no solían gustarme
los engreídos, sin embargo, aquella tarde empecé a verlo de otra manera porque
yo lo creía fanfarrón, echón pedante y, hete aquí, que lo vi llevando del brazo
a una anciana. Se acomodaron en un banco de la plaza, él la sentó con mucho
amor, por lo menos eso parecía, le dio agua, le limpió la boca, se lo hacía con
ternura, ¡yo con la boca abierta! No me lo podía creer, aquel ser odiado por
sus empleados estaba lleno de virtudes, ¿pero que milagro era lo que estaba
viendo?.
Al día siguiente en el trabajo, él
volvía a ser más de lo anterior; altivo, mirando a todos casi con
desprecio. Me tiene intrigada, se lo
preguntaré aunque me despida, pensé.
Le conté lo que había visto y me
miró sorprendido. A los pocos segundos,
con sinceridad me dijo que era una pose porque si le temían trabajaban duro y
la empresa funcionaba, me pidió que no lo descubriera, que el personal estaba
asegurado.
No hay que pensar mal, siempre hay
algo que no sabemos.
A través de tu relato constatamos una vez más que muchas veces las apariencias engañan y que la verdad está oculta en lugares a los que no todos podemos acceder.
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