Todos los días son iguales; sufriendo entrevistas,
presentando curriculum, sin ningún resultado aparente. Soy el cabeza de familia, el padre de cuatro
hijos y mi único deseo es proporcionarles una vida digna y alimentarlos
honradamente. Llevo intentándolo durante ocho meses, hago lo habido y por haber
para conseguirlo y nada.
Después de una tarde de acá para allá, padeciendo,
rogando y casi llorando, repitiendo que necesito trabajo urgentemente, recorro
de nuevo el camino hasta casa. Mi gran
deseo es ser recibido con cariño por los míos.
Abro la puerta y sale a mi encuentro mi mujer, con una sonrisa de
amargura. Tratando de apaciguar los
ánimos, le doy un beso en la mejilla al mismo tiempo que la tranquilizo con el
argumento de que me avisarán para algún trabajo un día de éstos.
Al rato, pregunto por los niños, porque no los veo
enredando.
-Los mandé a la cama, sin cenar, en señal de
castigo, para no contarles la verdad que padecemos –contestó ella tristemente.
-Creo que no has hecho bien –le contesto –pues ellos
no tienen la culpa de mi desgracia.
Aunque nuestra situación es caótica y estamos invadidos por la melancolía y la apatía,
debemos admitir que tal vez exista un mañana más venturoso
Mi esposa, resignada, se retira mascullando.
-Seguro, si tú lo dices.
Un retrato triste y certero de una realidad demasiado cercana y actual. Solo se exige un mínimo de empatía para emocionarse. Muy bien
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