Leo comía pipas con esmero, asomado al balcón desde donde podía
ver a las chicas saltando a la comba en
el patio. Le encantaba la vista que tenía porque, desde allí, controlaba todo
el recinto y parte de la calle.
Las chicas reían y brincaban y Leo no pudo evitar silbarles y
llamarles ¡¡guapas!!. Ellas miraron
hacia arriba y lo saludaron con la mano, lo que provocó que se pusiera muy
nervioso.
Soltó las pipas y tomó agua para refrescar el sofoco que esto
le produjo. Picoteó algo más y decidió limpiar una de sus plumas. Eran bonitas,
de vivos colores y le encantaba tenerlas siempre a punto, como se espera de
todo buen escritor.
Excelente. Me fascina este cuento engañoso que te lleva de la mano hacia un final inesperado que el lector agradece, por lo sorpresivo. Redondo me parece. Bravo!!!
ResponderEliminarEstupendo, hasta el final todas pensamos en un loro, nos engañaste, te felicito.
ResponderEliminarTe has convertido en una excelente escritora.Cuentas las historias de una forma especial y con un amplio vocabulario. Hasta final pudiste mantenernos en vilo. Muchas felicidades compañera.
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