Llega
a su casa y la encuentra con otro. Un
sudor frío recorre todo su cuerpo; no puede contener su indignación. Trini siente vergüenza, agacha la
cabeza. Sabe que le ha fallado, pero es
que el otro la tentó, la engatusó con sus caricias, con sus mimos y besuqueos. Ella necesita más cariño, más atenciones, más
manifestación de afectos y el visitante se los había proporcionado. Dogo siente en sus carnes la puñalada
trapera; la reprende duramente por haberlo traicionado. Como habían pactado separación de bienes, la caseta
se la queda él, así que le ordena súbitamente que recoja sus pertenencias y se
vaya con su amigo pequinés a otro lugar.
Al quedarse solo, Dogo, de cabeza grande y hocico chato, reconoce que,
sin lugar a dudas, ha tenido un día de perros.
Muy bueno. ¡Cómo nos has engañado! Y, al contrario que a Dogo, a nosotros los lectores, el sabernos engañados no nos molesta, ¡nos encanta!
ResponderEliminarEfectivamente fue un día de perros para no olvidar. Como siempre, magistral.
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