Se sintió intimidada por su mirada,
nada más subir al autobús. Por un
momento, se distrajo mirando a los demás pasajeros pero, sus ojos volvían al
mismo lugar, atraídos por aquel rostro de rasgos suaves y armónicos.
En una de las paradas, vio como aquel hombre
se dirigía a la puerta. Lo hacía con
dificultad. Ella se le acercó para
preguntarle si necesitaba ayuda. A él se
le iluminó el rostro con una sonrisa.
–Gracias –dijo. Estoy algo torpe; hoy no traje a mi perro.
Él es mi guía.
Después de ayudarlo, ella se quedó
absorta. Pensaba que en el rostro del
hombre sólo se percibía una expresión de inmensa dulzura. ¿Cómo no había sido
capaz de darse cuenta de su invidencia?
Cuestión de percepción. A veces se ve mejor a través de los ojos del alma; profundizan más, ahondan en la verdadera esencia de las personas, más allá de la fachada: de todo eso me habla tu relato de esta semana, Cande. Hermoso.
ResponderEliminarNo me valen tus excusas, eres una escritora con criterio, correcta y elaboras unas historias increíbles.Felicidades
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