Presentar un libro cuyo proceso de
gestación he vivido muy de cerca, siendo
testigo de su crecimiento en primerísima fila, ha supuesto para mí un momento especial, entrañable y emocionante.
En la presentación estuvieron
presentes gran parte de sus dieciséis autoras; dieciséis mujeres singulares, socias del Centro Flores del
Teide que, capitaneadas por su Presidenta, Amalia Jorge Frías, decidieron un
día incorporar a sus variadas actividades en la Asociación, un taller de Lectura Dirigida y
Narrativa.
Aquel no iba a ser un curso típico;
estaba algo alejado de lo que habitualmente solían hacer, pero ellas tuvieron
la valentía de enfrentarse a algo distinto, nuevo, guiadas a mi parecer por ese espíritu de aventura que todos llevamos
dentro y que necesita solo de una pequeñísima chispa para encenderse…
En aquel curso las herramientas no
iban a ser otras que las palabras y las
emociones; la memoria, los recuerdos, la imaginación y la fantasía; un lápiz,
un papel y… sobre todo, el deseo de contar. A ese reto se enfrentaron todas
ellas con ilusión aunque no exentas de un comprensible miedo por lo
desconocido.
El caso es que, poco a poco, fuimos soltando amarras y, junto a cada propuesta semanal, de la forma más entretenida y lúdica posible, fueron conociendo técnicas narrativas, distintos puntos de vista desde los que contar. Trabajaron estructuras, tonos, ritmos, atmósferas narrativas, en definitiva, hilos de los que halar para que, partiendo de la misma consigna, cada una incorporara su propia experiencia vital, para construir con esa mezcla, relatos propios con sello personal; el de cada una de ellas.
El caso es que, poco a poco, fuimos soltando amarras y, junto a cada propuesta semanal, de la forma más entretenida y lúdica posible, fueron conociendo técnicas narrativas, distintos puntos de vista desde los que contar. Trabajaron estructuras, tonos, ritmos, atmósferas narrativas, en definitiva, hilos de los que halar para que, partiendo de la misma consigna, cada una incorporara su propia experiencia vital, para construir con esa mezcla, relatos propios con sello personal; el de cada una de ellas.
Es un hecho que el “experimento” les
gustó, nos gustó, porque en esa tarea hemos seguido por algo más de tres años.
El viaje que nos condujo hasta el día
de la presentación de este libro, ha sido tan arduo como divertido y
estimulante, porque esfuerzo por parte de todas hubo, pero también mucho
divertimiento; como ocurre en todos, o
en casi todos, los procesos creativos.
El fruto jugoso, de enjundia, valioso
de esos años de trabajo de las autoras,
no podía quedar allí, entre las cuatro paredes de nuestros encuentros
semanales. Había nacido con vocación de
hacerse oír, de ser compartido, para que volará y adquiriera vida más allá del
Taller.
Así es como, gracias a la férrea voluntad de
Amalia Jorge Frías, que apostó desde el principio por este proyecto,
concentrando toda su energía en él, secundada por supuesto por el resto de
autoras, así fue, digo, como los mejores
relatos de nuestras tardes de los miércoles, se convirtieron en un libro; este.
En él tienen cabida todo tipo de
emociones, todo tipo de relatos, historias y reflexiones. Nos aventuramos en lo
fantástico, lo absurdo, los tonos evocadores, lo divertido, lo melancólico,
finales cerrados, abiertos, giros sorpresivos
y en medio de un largo etcétera, hasta un día nos atrevimos a inventar
palabras para contar con ellas una historia, imitando al maestro Julio Cortázar. Con todo esto y más, mucho más, avanzamos
hasta llegar a la edición de Las Flores del Teide Narran.
Este no es un libro pretencioso, en el sentido de que no pretende ser más de
lo que es. Ciertamente, ninguna de sus autoras posee pasado literario, pero no
lo necesitaron, porque lo que sí tenían era mucho que contar, que transmitir,
que compartir, bien a través de la ficción, relatos nacidos de la pura
invención, como escritos que dejan testimonio de temas que, aunque particulares
e íntimos, son reflejo del tiempo en que sucedieron y que, finalmente, interesan
a todos
Enriquecedor en ambas direcciones, para quienes lo escribieron y para quienes
lo lean, ha sido. Entre las páginas de Las
Flores del Teide narran subyace una suerte de moraleja –yo al menos lo veo así–: una que nos
habla de que nunca se deja de aprender y de que intentarlo, genera esa fuerza
arrolladora llamada ilusión que te empuja con brío hacia adelante.
Yo misma, alentada, contagiada por esa ilusión, también he crecido como persona en este
proceso, porque de todas ellas he aprendido mucho; cada una me ha regalado, tal
vez sin saberlo, un poco de sí mismas.
A ustedes, lectores,
les invito a leer a estas Flores del Teide que narran, estoy segura de que en
su lectura encontrarán espejos donde mirarse, o la experiencia de observar la
vida a través de los ojos del otro, que no es poco.
Y a todas mis flores narradoras, mil gracias, por tanta
generosidad en gestos, palabras y cariño.
Isabel Expósito Morales
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