Desde los árboles que rodean la plaza Duggi, se
contemplaba una maravillosa vista, pero sobre todo, el tercero de la izquierda porque caía
enfrente de la calle Progreso. Desde allí, subida en su copa tan frondosa,
divisaba mi casa y casi la de todos los vecinos.
Con nueve años, trepada en ese árbol y en el silencio
de la tarde, me gustaba imaginar cómo serían sus historias y cambiando y
mezclando distintos miembros de familias,
iba envolviendo historias muy peculiares.
A las solteras maduras, las casaba con los maridos que
yo creía que estaban aburridos y me preguntaba si sus hijos hubieran sido igual
de sosos o se parecerían a las solteras que eran muy alegres. Al llegar la
noche, escuchaba el silbido de mi padre que me sacaba de mi mundo de fantasías.
–¿Estabas en tu observatorio? – me preguntaba.
–Claro –contestaba
yo-, mañana te comento lo que se me ocurrió.
Mi padre era el paciente oyente, corregía mis
historias verbalmente y ambos terminábamos riéndonos a carcajadas.
Preciosa historia. Una vivencia divertida y enternecedora que merecía ser contada pues, sin duda, la visión de una niña asomándose a la vida de los otros para cambiarla a su antojo, bajo la amada sombra de un padre y haciendo uso de la libertad de su imaginación, es material narrativo de mucha y buena enjundia.
ResponderEliminar¡Qué bonito!. Me parece estupendo que te decidieras a narrarla. Gracias.
ResponderEliminarTu talento innato para la narración lo sacas a colación en cada una de tus historias. Ésta, me ha parecido encantadora.
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