miércoles, 3 de diciembre de 2014

ROMPIENDO CON LA SUPERSTICIÓN Amalia Jorge Frías


         El colegio donde yo estudié hasta que cumplí los diez años se llamaba Santa Teresita del Niño Jesús y estaba situado cerca de la Plaza Weyler en la calle Robaina.  En esa época no existía el transporte escolar y usábamos los medios que estaban a nuestro alcance; el mío era la guagua que iba hasta Ballester.  La ida y vuelta costaba una peseta.  Mi madre se la daba a unas chicas mayores que cogían la misma ruta, para que me llevaran.  Eran dos hermanas y me sentaban en sus rodillas para así quedarse con la peseta que, entonces, era dinero.
         Un día de invierno, subiendo por la avenida de General Mola, a la altura del Cine Tenerife, la guagua se averió, mientras llovía torrencialmente.  Todos los pasajeros tuvimos que bajar.  Yo, sin ver ni esperar a las niñas a quien mi madre me había confiado, empecé a caminar sin tener en cuenta el palo de agua que caía; entonces no lo llamaban tormenta, ya que en aquellos inviernos era habitual que lloviera con tanta fuerza.
         Cuando faltaba poco para llegar a mi casa, una señora que me conocía, se compadeció al verme totalmente empapada y me prestó un paraguas.  La puerta de mi casa estaba abierta y yo entré corriendo sin soltarlo.  Teníamos los dos tanta agua encima que parecía que una nube había entrado conmigo.  Mi madre, al verme, lo primero que dijo fue ¡como vienes! y ¡cierra el paraguas que trae mala suerte!.  Yo lo lancé al suelo abierto del todo.  Mi madre, sin parar de secarme y de cambiarme de ropa, no dejaba de lamentar y repetir que alguna desgracia grande nos iba a pasar por haber entrado a la casa con el paraguas abierto.  Yo pensaba, mientras la oía, que lo único bueno que había tenido ese día era que me prestaran el paraguas; ¿cómo nos iba a pasar nada malo?.  Y, en realidad, nada nos pasó.  Este suceso sirvió para que mi madre perdiera el miedo y para que yo jamás lo haya tenido.

         Siempre he pensado que son historias del pasado más antiguas aún que la que yo hoy he contado, que se remonta a 1950, y a las cuales no hay que prestarles atención.


3 comentarios:

  1. Las supersticiones, que nacieron en su momento para intentar dar explicación mágica a lo inexplicable, se heredan y pasan como un haber más de generación en generación. Felizmente, así como se aprenden, se desaprenden para romper con ellas; tal como ocurrió en tu caso. Tu relato nos habla de eso.

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  2. Yo no sabía que existía en Santa Cruz ese colegio, lo del paragüas si lo conocía. Antiguamente se creía más en las supersticiones. Lo que te sucedió es muy bonito. Mª Dolores.

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  3. Muchas cosas han sucedido y se ha creído que son fruto de las supersticiones aunque no tuvieran nada que ver. Lo del paraguas está muy generalizado, a pesar de ello nunca he creído en esas cosas.

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