El colegio donde yo estudié hasta que cumplí los diez años
se llamaba Santa Teresita del Niño Jesús y estaba situado cerca de la Plaza
Weyler en la calle Robaina. En esa época
no existía el transporte escolar y usábamos los medios que estaban a nuestro
alcance; el mío era la guagua que iba hasta Ballester. La ida y vuelta costaba una peseta. Mi madre se la daba a unas chicas mayores que
cogían la misma ruta, para que me llevaran.
Eran dos hermanas y me sentaban en sus rodillas para así quedarse con la
peseta que, entonces, era dinero.
Un día de invierno, subiendo por la avenida de General Mola,
a la altura del Cine Tenerife, la guagua se averió, mientras llovía torrencialmente. Todos los pasajeros tuvimos que bajar. Yo, sin ver ni esperar a las niñas a quien mi
madre me había confiado, empecé a caminar sin tener en cuenta el palo de agua
que caía; entonces no lo llamaban tormenta, ya que en aquellos inviernos era
habitual que lloviera con tanta fuerza.
Cuando faltaba poco para llegar a mi casa, una señora que me
conocía, se compadeció al verme totalmente empapada y me prestó un
paraguas. La puerta de mi casa estaba
abierta y yo entré corriendo sin soltarlo.
Teníamos los dos tanta agua encima que parecía que una nube había
entrado conmigo. Mi madre, al verme, lo
primero que dijo fue ¡como vienes! y ¡cierra el paraguas que trae mala
suerte!. Yo lo lancé al suelo abierto
del todo. Mi madre, sin parar de secarme
y de cambiarme de ropa, no dejaba de lamentar y repetir que alguna desgracia
grande nos iba a pasar por haber entrado a la casa con el paraguas abierto. Yo pensaba, mientras la oía, que lo único
bueno que había tenido ese día era que me prestaran el paraguas; ¿cómo nos iba
a pasar nada malo?. Y, en realidad, nada
nos pasó. Este suceso sirvió para que mi
madre perdiera el miedo y para que yo jamás lo haya tenido.
Siempre he pensado que son historias del pasado más antiguas
aún que la que yo hoy he contado, que se remonta a 1950, y a las cuales no hay
que prestarles atención.
Las supersticiones, que nacieron en su momento para intentar dar explicación mágica a lo inexplicable, se heredan y pasan como un haber más de generación en generación. Felizmente, así como se aprenden, se desaprenden para romper con ellas; tal como ocurrió en tu caso. Tu relato nos habla de eso.
ResponderEliminarYo no sabía que existía en Santa Cruz ese colegio, lo del paragüas si lo conocía. Antiguamente se creía más en las supersticiones. Lo que te sucedió es muy bonito. Mª Dolores.
ResponderEliminarMuchas cosas han sucedido y se ha creído que son fruto de las supersticiones aunque no tuvieran nada que ver. Lo del paraguas está muy generalizado, a pesar de ello nunca he creído en esas cosas.
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