Aunque son creencias contrarias a la razón, desde tiempos
inmemorables nos acompañan.
En mi más tierna infancia, la víspera del día de San Juan
tirábamos tres papas bajo la cama; una pelada, otra a medio pelar y la última
peluda. Al amanecer el día 24, a tientas
cogíamos una al azar y dependiendo cuál fuera la escogida, así sería tu
supuesto marido. Como esta costumbre,
había cientos pero para no aburrir sólo una les voy a relatar.
Se decía que el nombre de la primera persona que vieras
pasar en la mañana, así se llamaría el hombre que con quien te casarías. ¡Cómo
se nota que todos nos conocíamos!. Una
vecina algo presumida y con aires de grandeza, cuando se asomó a la ventana el
día en cuestión, vio pasar a un trabajador con sus enseres a cuesta. Al preguntarle la madre ¿a quién viste
pasar?, ella respondió ¡bah, el cuartillo ese de mierda!, será que iba a
trabajar. Ese era el apodo por el que era conocido aquel hombre.
Pasaron unos años y esta chica aún seguía soltera y ya
estaba preocupada pues se le iba a pasar el arroz. De modo que, cuando aquel hombre regresó viudo
de Venezuela, a donde había emigrado, le tiró los tejos y, ¡cómo son las cosas
del destino!, se casaron finalmente. No
sé si fue por dinero, porque estaba escrito o porque San Juan así se lo
avisó. Lo que sí sé es que así sucedió.
De estas casualidades se alimentan las supersticiones, para que sigan vivitas y coleando por los siglos de los siglos. Creamos o no en ellas, siempre es agradable leer las anécdotas nacidas del misterio de lo inexplicable.
ResponderEliminarMe ha gustado tu cuento. !Qué cosas más bonitas te ocurren!. Mª Dolores.
ResponderEliminarComo podemos pensar que la noche de San Juan es mágica, también lo que ocurra en esa noche podrá serlo y punto. Me ha encantado tu forma de relatar esas superstición. ¡Eres buena compañera!
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