Allá por los años cincuenta, cuando
yo tenía ocho o nueve, en la parroquia los domingos, antes de la misa, nos
enseñaban catecismo. Todos los meses las
hermanas de la casa de Nazaret daban un premio a la niña que mejor se portara,
un mes me tocó a mí y me regalaron unas lonas azules de las que se ataban con
cintas.
Llegué a mi casa muy contenta; era
la primera vez que me ganaba un premio y yo lo veía como un gran trofeo. Poco
me duró la alegría; mi madre, muy seriamente me dijo que las tenía que devolver,
¿cuándo te has puesto tú unas lonas?, si no sabes ni atarte las cintas, el
próximo domingo las llevas y que te las cambien por otro regalo.
Yo no la comprendí y me pasé toda la
semana de mal humor, pero no tuve más remedio que obedecerla. Cuando las
devolví me encargaron que le diera las gracias a mi madre; y a mí me regalaron
una medalla pequeña de plata, muy bonita. Yo en aquel momento no entendí nada
pero con el paso del tiempo comprendí que las hermanas de Nazaret sí habían
entendido el mensaje de mi madre.
Bonita historia que encierra enseñanza y un cierto aire nostálgico; añoranza de una época de férreos valores, tal vez perdidos o menguados con el transcurrir del tiempo.
ResponderEliminar!Qué pena|, que no te dejó tu madre las lonas. Pero buena, la medalla tampoco está mal. Muy tierna la narración.
ResponderEliminarYa es hora que volvieras a escribir. Mª Dolores.
Bonito y sabio gesto el de tu madre. Me ha encantado el tono de la narración.
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