miércoles, 6 de mayo de 2015

CLARÍSIMO Amalia Jorge Frías




La casa donde yo vivía con mis padres hacía esquina y daba a dos calles.  Una acera ancha la bordeaba por lo que algunos niños vecinos la aprovechaban para jugar.  Uno de ellos, de mi misma edad, diez o doce años, cuando llegaba del colegio, solía coger su camión de vergas hecho por él y dirigiéndolo con un pedazo de tubería que llevaba en las manos, se pasaba horas jugando de un extremo a otro de la acerca.  Yo, cuando oía el ruido, no salía; tenía miedo a las bromas que después me gastaban algunas vecinas.
Cuando teníamos dieciséis o diecisiete años, cambió de táctica y lo que hacía es que a la hora del mediodía, que era cuando yo estaba en la Venta, él siempre tenía algo que comprar.  Un día, venció su timidez y me invitó a ir al cine.  Yo acepté pero, fue muy aburrido porque no sabíamos de qué hablar.  Todo el tiempo lo pasamos comentando la película. Esa fue la única vez que salimos ya que, como se dice ahora, entre nosotros no existía feeling.
Pasaron los años y cogimos caminos diferentes, hasta que un dia –iba yo con mi marido y él con su mujer –nos encontramos de frente.  Nos sonreímos y nos dijimos adiós.  Mi marido me preguntó que quién era; un chico que vivía cerca de mi casa, le contesté.  ¡Qué extraño!, la señora es idéntica a ti, me comentó.  Yo, que ya tenía referencias de eso, puse cara de asombro y, encogiéndome de hombros, sin darle mayor importancia, le dije:

-Pura coincidencia



1 comentario:

  1. Clarísimo que fue buena estrategia disimular y no dar mayor importancia a un asunto que no dejaba de ser meramente anecdótico en tu vida; no sé si en la del vecino lo sería. En todo caso, esta es una historia agridulce, con un fondo de vidas cruzadas tal, que, sin duda, merecía ser contada. Me ha encantado.

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