Doña Juana era una
señora muy especial porque tenía en su poder un cofre mágico; nunca se podía
saber lo que saldría de él. Dependiendo
de la parte que se tocara, uno se podía llevar todo tipo de sorpresas.
En sus tardes de
soledad, doña Juana solía dar una vuelta a la llave de su interior, para de ese
modo vivir de nuevo sus recuerdos porque en su vida había pasado de todo.
Ella había recorrido el
mundo y de cada rincón visitado se había traído en sus bolsillos un recuerdo
para colocarlo en su cofre. En él, lo
mismo te podías encontrar un elefante de la India que cuatro pelos de mono de
la Sabana Venezolana, o un trozo de la chaqueta verde de Jorge Negrete, la que
se había puesto en un concierto que celebró en Chile, o un trozo de velo de la
última concubina del rey Bonafini. Y
cada uno de esos recuerdos estaba acompañado de un poema.
Así pasaba las tardes
doña Juana, mientras su nieta la escuchaba embobada.
–Abuela –le decía –cuando sea mayor, quiero
ser como tú, al tiempo que las colmaba de besos.
A doña Juana se le caía
la baba al escuchar aquellas palabras de la boca de esa nieta que se le parecía
tanto que le traía recuerdos de su propia niñez.
Del inagotable cofre de los recuerdos, siento que me habla este relato y de los personajes inmensos que son esos abuelos de cuya memoria sacamos siempre tanta enseñanza. Muy bonito
ResponderEliminarUn cuento muy bonito. Desprende amor, ternura y sencillez. MªDolores.
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