Podría tener botones de
oro, pero no los tengo. Los trajo mi
abuelo de Cuba. Un día le pedí dos de ellos a quien los heredó, para
hacer unos zarcillos a mi niña. Me dijo
que sí pero jamás los vi. Con el tiempo, el hijo de este familiar se casó y su
nuera los vendió para comprar algo para la hija.
Así pasaron las
cosas. Así fue como se perdieron los
botones de oro de mi abuelo.
Me encanta que de un simple ejercicio narrativo en clase, surjan historias tan interesantes como estas
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