El teléfono
sonó y una gran alegría invadió mi cuerpo.
Era una hora intempestiva y poco usual para una llamada. Cuando descolgué mis sospechas se
confirmaron: el día había llegado; mi hija ya había roto aguas. En mi cabeza no cabían más pensamientos,
todos se entrelazaban y no lograba ponerlos en orden. Cuando logré tranquilizarme, me arreglé
apenas un poco para acompañarles, pero sonó el timbre de la puerta y al abrir
supe que era mi nieto que venía a quedarse con nosotros. Tenían tanta prisa porque creían que el parto
era inminente que, en lo que bajé a abrir la puerta, ya estaban en marcha, prometiéndome entre gritos que me llamarían en cuanto supieran algo
concreto. Así fue. Poco después me comunicaron que aún no estaba
de parto, que sería sobre las tres de la tarde.
Encendí una vela rogando que todo saliera bien y, por mi cuenta y
riesgo, decidí que yo tenía que estar allí y me marché rauda y veloz. Nada solucioné, salvo mi propia tranquilidad. Así era, la cosa iba lenta.
Llegué a
casa más relajada y, al ser domingo, decidí ir a misa. Al salir miré el reloj y el tiempo no pasaba
y la ansiedad me comía y no sabía cómo calmarla. Limpié la escalera, sin tener necesidad de
limpieza, baldeé la acera, cosa que no hacía desde que Franco era corneta. Imagino lo cómico de la situación, cuando una
vecina me preguntó que hacía con tanta marcha un domingo y además, recién
operada como estaba. Aquí, quemando
adrenalina, para que el tiempo pase rápido, le conté.
Llegó la
hora prevista y me faltó tiempo para estar en la clínica. Una vez allí, fui testigo de una experiencia
inimaginable para mí. Había una familia
en la misma situación que yo, con la gran diferencia que ellos eran muchos y
estaban disfrutando del acontecimiento en vivo, a través de las nuevas
tecnologías. Eso me asombró y a la vez
me entristeció, ya que yo ignoraba lo que estaba ocurriendo con mi hija y como
lo estaba pasando, así que decidí informarme.
Me llevé una bonita sorpresa cuando me dijeron que podía pasar a
paritorio. Una vez dentro, descubrí que
ya todo había pasado. Mi hija radiaba
felicidad y yo pude tomar a mi nuevo nieto en brazos, apenas unos minutos
después de haber nacido. Estaba tan agradecida
y contenta que no dejaba de dar las gracias a todos aquellos que me permitieron
disfrutar de aquel mágico momento. Lo
vivido fuera no era real. El mundo no
está al revés, lo viramos nosotros con nuestras fantasías, pero lo que yo
experimenté sí era real y jamás olvidaré el domingo 11 de marzo de 2012.
Me emociona descubrir con cada escrito tuyo, la seguridad que vas adquiriendo en lo que haces. Magníficos progresos aunque estoy segura de que tus dotes estaban allí; el taller sólo te ha ayudado a sacarlas poco a poco a la luz.
ResponderEliminar¡Que maravilla! eso lo viví yo hace más de siete años y se lo que se siente. Estoy contigo en todo. Felicidades
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