Vagaba alicaída, triste y llena de
remordimientos. La pena con la que había
nacido y crecía con ella, no la dejaba vivir pues era una pesada losa que
llevaba a sus espaldas y que tenía que arrastrar cada día.
Ya casi no se relacionaba con la gente. Las amistades volaron, la familia se apartó y
los compañeros a duras penas la toleraban.
Quería cambiar pero, no podía pues no encontraba la manera de hacerlo;
no sabía cómo. Cada vez que lo
intentaba, era una lucha perdida y, tantas batallas libradas sin éxito, iban
mermando la maltrecha voluntad que le quedaba.
Un buen día, apareció un rayo de luz que iluminó su
oscura vida. Era ella. Supo en ese momento que sólo ella podría
ayudarla. Observándola, se dio cuenta de
cómo todos la adoraban y la necesitaban.
Nadie le pedía nada, pues ella te lo daba todo y sin pedir nada a
cambio. Radiaba humildad por los cuatro
costados y eso hacía que brillara aún más.
Armándose de valor, decidió acercarse a ella.
-¡Hola, querría ser como tú, Caridad!
Caridad la miró con clemencia y le contestó,
serenamente
-Para eso, no hace falta que desees nada de los
demás, ni de lo mío, tampoco. Sólo se
feliz con lo que eres y disfruta lo que tienes.
Así te dejarán de llamar Envidia.
Excelente relato con propósito de parábola. Lleva al lector, manteniendo la intriga, hacia un final inesperado y por lo tanto, con efecto. Muy bueno
ResponderEliminarEXCELENTE TU RELATO, NO TE IMAGINAS LO MUCHO QUE ME HA GUSTADO. EL SENTIDO QUE LE HAS DADO A LA ENVIDIA ME PARECE EXTRAORDINARIO. MIMA: TE SUPERAS CADA DÍA, NO SE A DONDE VAS A LLEGAR, PERO SEGURO QUE MUY ALTO. FELICIDADES.
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