Tengo tan solo diez años. Desde que era muy pequeño, mi gran ilusión era
tener un perrito y, cuando cumplí seis años, llegó a casa, como regalo, Pola o
Polita –como yo la llamo –. ¡Era una monada, tan pequeñita!. Fue creciendo pero de altura, no mucho; es
una Yorkshire. Con muy mala suerte, la pobre se está quedando cieguita. Cada día está más torpe y por eso la tengo
que cuidar más.
Este fin de semana, fuimos a la casa que mis abuelos tienen
en el sur. No sé qué le pasó pero, sin
darnos cuenta, Polita se perdió. Todos
empezamos a buscarla, sin embargo, no
aparecía por ningún lado. Yo estaba tan
enfadado que hasta le dije cosas feas a Dios, por estar pasándome aquello a mí.
Se estaba haciendo de noche y no aparecía. Yo no podía dejar de llorar y por más que las
buscamos, no la encontramos. ¿Qué haría
ella ahora, sin mí? Yo era quien la cuidaba y le había prometido protegerla.
Nada más despertar el día, le pedí a mi madre que saliéramos
a buscarla de nuevo. Después de dar muchas
vueltas, unos chicos nos dijeron que la habían recogido y llevado a un
veterinario. ¡Qué alegría! Estaba tan contento que no podía creérmelo. Claro está, le pedí perdón y le di muchas
gracias a Dios por haberme ayudado a encontrarla.
Absolutamente creíble esa voz narrativa infantil que nos relata, con dulzura, el dolor por el extravío de una amiga; una perrita dueña del amor de su amo: un niño que la mima y la cuida en su vejez. ¡Muy tierno y emotivo el relato!
ResponderEliminarPRECIOSO RELATO, LLENO DE AFECTO Y TERNURA HACÍA UNA PERRITA. DESCRIBES A LA PERFECCIÓN LOS SENTIRES DE UN NIÑO AL PERDER A SU QUERIDA MASCOTA.
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