Estoy
asistiendo a un centro en el que me encuentro muy a gusto, hay un compañerismo
muy bonito y pasamos el tiempo de modo muy ameno y rodeada de mucho
cariño.
Un
día, nuestra profesora del taller de narrativa nos pidió que hiciéramos un
relato, a partir de un objeto a elegir por nosotras. Entre tantos objetos de los que estamos
rodeados, me puse a pensar cuál sería mi elegido, hasta que me vino a la mente
uno: el mío iba a ser un afilador de
lápices.
Cuando
yo era pequeña, yo iba a la escuela del pueblo.
La maestra había comprado un afilador y lo tenía en su mesa para uso de
las niñas, aunque siempre nos repetía:
-¡Pobre
de la que rompa el afilador porque le arranco las orejas!
Todas
las niñas vivíamos asustadas.
En
una ocasión, tuve que afilar mi lápiz.
La maestra no había llegado porque estaba de charla con un maestro que
tenía su propia escuela muy cerquita.
Ella nos daba la llave y decía:
-¡Vayan
trabajando!
Mientras
estaba afilando mi lápiz, tuve la mala suerte de que en ese preciso momento se
le rompiera una pequeña lasquita al afilador.
Yo, inmediatamente me puse a pensar en mis pobres orejas y que sin
ellas, ya no podría usar zarcillos.
Junto a mí estaba una compañera y recuerdo que le advertí:
-¡Pobre
de ti si abres la boca! Si lo haces, ya sabes lo que te espera cuando te coja.
Cuando
la maestra se dio cuenta, empezó a dar unos gritos como si la estuvieran
matando:
-¡Vengan
todas a la mesa! ¡Niñas! ¡Vengan todas a la mesa!
Cogió
en sus manos el crucifijo que estaba colgado en la pared y fue pasándolo por
delante de todas las niñas, sin faltar una, al mismo tiempo que nos decía:
-Digan
todas, “¡Señor, yo no fui!”, porque la que haya sido y diga que no, ¡pobre de
ella!, se quedará muda para toda su vida.
Cuando
la maestra puso el Cristo delante de mí, le dije como las demás: ¡Señor, yo no
fui!, porque pensé en mis orejas, claro que sí.
Este
es un recuerdo de mi niñez que conservo con mucho cariño y… ¡aún tengo mis
orejas y no me he quedado muda, gracias a Dios!
El
16 de julio de este año 2012, mi maestra cumplió 100 años. ¡Le deseo lo mejor!. Ella todavía no sabe quién fue la del
afilador aunque, me parece, que a esta hora ya le dará igual.
¡Qué buena historia, Lucía!. Llena de una autenticidad y de una frescura conmovedoras; además de esa chispa que le otorga al relato una gracia y un sabor especial.
ResponderEliminarCOMO NOS TIENES ACOSTUMBRAS, UN RELATO MAGNÍFICO.
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