miércoles, 19 de septiembre de 2012

UN AFILADOR DE LÁPICES de Lucía Hernández



                  

Estoy asistiendo a un centro en el que me encuentro muy a gusto, hay un compañerismo muy bonito y pasamos el tiempo de modo muy ameno y rodeada de mucho cariño. 
Un día, nuestra profesora del taller de narrativa nos pidió que hiciéramos un relato, a partir de un objeto a elegir por nosotras.  Entre tantos objetos de los que estamos rodeados, me puse a pensar cuál sería mi elegido, hasta que me vino a la mente uno:  el mío iba a ser un afilador de lápices.
Cuando yo era pequeña, yo iba a la escuela del pueblo.  La maestra había comprado un afilador y lo tenía en su mesa para uso de las niñas, aunque siempre nos repetía:
-¡Pobre de la que rompa el afilador porque le arranco las orejas!
Todas las niñas vivíamos asustadas.
En una ocasión, tuve que afilar mi lápiz.  La maestra no había llegado porque estaba de charla con un maestro que tenía su propia escuela muy cerquita.  Ella nos daba la llave y decía:
-¡Vayan trabajando!
Mientras estaba afilando mi lápiz, tuve la mala suerte de que en ese preciso momento se le rompiera una pequeña lasquita al afilador.  Yo, inmediatamente me puse a pensar en mis pobres orejas y que sin ellas, ya no podría usar zarcillos.  Junto a mí estaba una compañera y recuerdo que le advertí:
-¡Pobre de ti si abres la boca! Si lo haces, ya sabes lo que te espera cuando te coja.
Cuando la maestra se dio cuenta, empezó a dar unos gritos como si la estuvieran matando:
-¡Vengan todas a la mesa! ¡Niñas! ¡Vengan todas a la mesa!
Cogió en sus manos el crucifijo que estaba colgado en la pared y fue pasándolo por delante de todas las niñas, sin faltar una, al mismo tiempo que nos decía:
-Digan todas, “¡Señor, yo no fui!”, porque la que haya sido y diga que no, ¡pobre de ella!, se quedará muda para toda su vida.
Cuando la maestra puso el Cristo delante de mí, le dije como las demás: ¡Señor, yo no fui!, porque pensé en mis orejas, claro que sí.
Este es un recuerdo de mi niñez que conservo con mucho cariño y… ¡aún tengo mis orejas y no me he quedado muda, gracias a Dios!
El 16 de julio de este año 2012, mi maestra cumplió 100 años.  ¡Le deseo lo mejor!.  Ella todavía no sabe quién fue la del afilador aunque, me parece, que a esta hora ya le dará igual.

2 comentarios:

  1. ¡Qué buena historia, Lucía!. Llena de una autenticidad y de una frescura conmovedoras; además de esa chispa que le otorga al relato una gracia y un sabor especial.

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  2. COMO NOS TIENES ACOSTUMBRAS, UN RELATO MAGNÍFICO.

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