Iba a ser un
viaje maravilloso, que había logrado conseguir después de mucho esfuerzo. Sería la primera vez que estaría en alta mar
durante tantos días. Salimos del puerto
de Barcelona, rumbo a un crucero por el Mediterráneo.
Era un barco
divino, de mucho lujo y lleno de confort, con camarotes con vistas al
exterior. Podíamos disfrutar de atracciones,
animación y hasta de piscina y, en ocasiones, barbacoa. Por las noches me encantaba arreglarme para
bajar a cenar. Nos trataban como reinas
y teníamos un camarero pendiente de cualquier cosa que nos faltase.
Hicimos
varias escalas y bajamos a tierra en muchas ocasiones para conocer distintas
ciudades. Uno de esos días, nos tocó
visitar la enigmática y versátil isla de Capri.
Fue una jornada complicada –quien lo iba a imaginar –. Aunque la isla me
cautivó, algo hacía predecir que sería un día para el recuerdo.
De vuelta,
en la lancha que nos acercaba al barco, cansada y magullada por un tropiezo que
tuve, en medio de un mar embravecido que dificultaba la maniobra, allí estaba
yo, a punto de subir al barco por la escalinata de soga. Mientras veía a mis compañeras, acceder al
navío en situación tan peligrosa, me sentí incapaz de hacerlo, sin embargo,
tuve que sacar valor. Llegó mi turno y
no sé lo que ocurrió. El caso es que de
repente me vi colgando del brazo de un marinero que ayudaba a subir. Fue tal mi desesperación que saqué fuerzas,
era tan grande el miedo que, colgada del cuello de aquel hombre, le grité.
-¡Por Dios,
no me suelte! ¡Le ruego que me coja por donde quiera y me lleve hasta el barco,
por favor!
Así lo hizo,
por suerte.
Cuando por
fin mis pies tocaron piso firme, solo me faltó besarle y, aún hoy, dudo si lo
hice o no, dado el estado de trance en que estaba.
Se cumplió
el dicho y, después de la tormenta llegó la calma. Esa noche tuvimos una gran fiesta de gala
donde nos reconocieron por nuestro trabajo anual y fuimos galardonados.
El crucero
continuó sin mas incidentes y hoy puedo decir que a pesar de todo lo que
ocurrió aquel día, para mí fue un sueño que se hizo realidad y aquel viaje forma
parte de mis mejores recuerdos.
El crucero no hubiera sido lo mismo sin esa anécdota llena de peligro y fuertes emociones. Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, se ha convertido en el eje central de un viaje inolvidable. Muy bien, Mima.
ResponderEliminarGracias por tu comentario que con ellos me ayudas cada semana a seguir esforzándome.
ResponderEliminarQuerida Mima: Tu escrito es perfecto, me ha encantado leerlo y disfrutar de tu narrativa; tienes un don especial para plasmar los acontecimientos. Esta tarde nos veremos.
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