lunes, 21 de mayo de 2012

MI BODA de Amalia Jorge Frías





Parte de los recuerdos más felices de mi vida son aquellos relacionados con mi boda.  Me casé un domingo a las once de la mañana en la Parroquia de la Cruz del Señor y lo celebramos en un colegio que tenían mis tíos Horacio y Mª del Carmen en el Barrio de La Salud.  Contratamos a un señor que ponía todos los utensilios y se encargaba de la organización; incluso me hizo el ramo de novia.  Nosotros sólo teníamos que preocuparnos de la comida, bebida, refrescos, la tarta y las flores.
El sábado a primera hora, fui a comprar las chacinas, que me dieron ya cortadas, y el pan de molde para hacer los montaditos. De los dulces y la tarta se encargó el que iba a ser mi marido, ya que previamente los habíamos encargado en una dulcería de La Laguna y a él le quedaba cerca.  En cuanto a las bebidas y refrescos, fueron mis tíos y futuros padrinos Argimiro y Sionita, quienes se encargaron.
Al atardecer nos reunimos en los salones para hacer los bocadillos y colocar todo en las mesas.  Había bastante trabajo porque iban a ser unos doscientos invitados.  Por la mañana, yo había ido a la peluquería, por lo que ya estaba peinada para la boda mientras hacía bocadillos.  Alrededor de la una de la madrugada, mi tía se dio cuenta de que era tarde para mi y me mandó a casa, para que me acostara y no estuviera con ojeras al día siguiente.  Faltó poco para que le diera un infarto cuando le comenté que tenía que levantarme muy temprano para ir al mercado a comprar las flores para el ramo; flores que ni siquiera había reservado, por lo que corría el riesgo de no encontrar las que a mi me gustaban.  Con esa preocupación, me despedí de todos, incluido mi novio hasta el momento de la boda, y me fui a acostar.
Por fin llegó el amanecer de aquel gran día.  Me levanté, compré las flores; felizmente las que yo quería: capullos y rosas en dos tonos de rojo, unos más intensos, otros más tenues.  Las llevé al barrio de La Salud para que me hicieran el ramo y de regreso, pasé por la parroquia, pues aún no había confesado y la ceremonia era con misa de velaciones.  Aproveché la ocasión para echarle una visual al arreglo floral del que se habían encargado unos amigos que se dedicaban a ello.  Cuando llegué a mi casa ya eran las diez de la mañana y mis padres y hermano, vestidos para la boda, ya estaban alarmados por mi tardanza. La peluquera que me iba a retocar y a ayudarme con el velo llevaba un rato esperando y el ramo había llegado primero que yo.  Les dije a todos que se tranquilizaran; haciendo hincapié en que el día más feliz de mi vida no pensaba coger nervios por nada, que todo saldría bien y…,  así fue.
La ceremonia fue muy emotiva, quizá un poco extensa pero, a nosotros no nos importó porque ¿qué significaban quince o veinte minutos más para algo que iba a ser tan importante en nuestras vidas y que tanta felicidad nos iba a reportar?.  Felicidad de la cual aún hoy sigo disfrutando a través de nuestros hijos, nietos y maravillosos recuerdos.

3 comentarios:

  1. Recordar es volver a vivir y dejar, sobre el papel y en esta página, esas maravillosas memorias que hablan del amor verdadero, que perdura en el tiempo, es un regalo inestimable para tus hijos y nietos y para todo aquel que te lea. Un abrazo, Amalia.

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  2. Ahora, al leer tu relato, he vuelto a vivir tu boda. La primera vez fue en el taller al escuchar tu lectura. No me gusta hacer comparaciones pero, me recordó la mía que se celebró dos años más tarde.La foto preciosa, tú muy guapa con una cara angelical, expresando la felicidad que te invadía. Te felicito. Un abrazo

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  3. Al leer tu relato es como si viviera tu boda. Me ocurrió ya al oír tu lectura en el taller. Mi boda se celebró dos años más tarde y guarda cierta similitud. Respecto de la foto me encanta, tú estás preciosa, cara angelical expresando la felicidad que te invadía. Te felicito.

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