La alarma
del despertador sobresaltó a Blanca Nieves.
Se levantó a toda prisa, se arregló y desayunó. Aquel iba a ser un gran día.
Sus
amiguitos, los siete enanitos, la iban a llevar la verbena del barrio y, por
ese motivo, necesitaba unos zapatos nuevos, que le hicieran juego con su
vestido de satén.
En una calle
transversal a su domicilio, había una elegante zapatería, de modo que, se fue
rumbo a ella, rápidamente.
Blanca
Nieves, una vez dentro de la tienda, se sentía extraña, pues todas las miradas
se fijaban en ella.
-¡Qué guay,
es Blancanieves! –comentaban con júbilo
los niños.
-¡No, no es!
Es una señorita que irá seguramente a una fiesta de disfraces –replicaban los
padres.
La
dependienta se quedó petrificada y, tras unos segundos, preguntó angustiada:
-¿Es usted
la auténtica Blancanieves?
-Claro, le
aseguro que sí, soy Blanca Nieves. Me encuentro aquí dispuesta adquirir unos
zapatos bonitos, cómodos y elegantes.
La empleada
le enseñó un par con un gran tacón de aguja, pero la dulce Blanca Nieves,
agradeciendo su interés, reconoció que con aquellos tacones se caería.
-Prefiero
aquellos de charol negro, sin tacón.
Esos son los que me gustan –aseguró.
Después de
probárselos y quedar conforme, los abonó con su tarjeta Master Card, saliendo a
continuación de la zapatería, eufórica y altanera, dejando a los demás clientes
atónitos.
Interesante perspectiva, desde la cual se nos presenta una visión diferente de un personaje conocido…, a menos que Blancanieves y Blanca Nieves no sea la misma persona. Jugar con esta ambigüedad, otorga a este relato de un atractivo especial.
ResponderEliminar¿Que puedo decir de tu relato? pues, que me ha encantado.Felicidades
ResponderEliminarQue gran imaginación tienes, me encanta todo lo que escribes, sobre todo cuándo unes la fantasía con la realidad.
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