Otro
día más y yo sin saber qué será de mí, si serviré para algo importante o
terminaré roto en la papelera.
Amalia
me ha cogido y me ha pasado a su nieta, le ha dicho que le escriba un cuento y
ella que sólo tiene ocho años y más ganas de jugar que de otra cosa, se ha
puesto de cuclillas en el suelo. ¡Qué frio está el suelo! En cinco minutos me
ha llenado de arriba abajo, qué pena, lo ha hecho tan deprisa que seguramente
Amalia me estrujará con sus manos y será mi fin.
¡Qué
malo es ser pesimista! Se sufre sin necesidad; me he equivocado del todo, ¡qué
poco conozco a las abuelas!. Amalia se
ha quedado encantada con lo que ha escrito su nieta, se lo ha elogiado mucho y
le ha dicho que me guardará para siempre en la caja de sus tesoros, ¡qué
afortunado he sido!.
¡Cuánta ternura me ha regalado este micro!. La del papel que al fin se siente realizado, la de la nieta que ha escrito sobre él una bonita historia que, como ella, nos habla del futuro, y la de la abuela, dándole valor al papel y a lo que sobre él se escribe; ese amor sin cortapisas que sólo saben brindar las abuelas.
ResponderEliminarMe gusta que te refieras al papel. Le has dado vida y sentimientos. Mª Dolores.
ResponderEliminarHa siso un relato magnífico enriquecido con lo escrito por esa niña singular que a su corta edad lo hace con maestría. Felicitarla en mi nombre.
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