Lucio
es un excelente pastor. Enamorado de sus
ovejas, las mima y las pasea por el campo para que se alimenten. Alguna vez y con delicadeza, procede a
esquilarlas. La ovejas viven felices
pues saben se saben queridas y cuidadas por su ovejero. Se lo agradecen con su clásico balido que
entonan todas a la par, como una dulce melodía.
Las
estrellas que iluminan el recorrido, sienten envidia de ese plácido amor, que
comparten. Los pájaros revolotean en el
aire, mientras pian, pian y pian. El
búho, con una sonrisa maliciosa, intuye que existen, de por medio, otros intereses.
Lucio,
recostado sobre una piedra, con la más pequeña en su regazo, reconoce lo fácil
que le supone quererlas, formando sin ninguna duda, entre pastor y ovejas, un
gran equipo.
Vaya, vaya. Todo parece tan inocente y bucólico hasta que hace aparición el búho y su maliciosa sonrisa. Eso me exige una segunda lectura y, entonces, ya no me resulta tan cándida la relación de Lucio con sus ovejas. ¡¡Ay, dichoso búho de mirada torva!!
ResponderEliminarSe ha comentado siempre el amor entre el pastor y sus ovejas. Por tu narración intuyo que es cierto.Cándida y pícara resulta esta historia, Muy buena,por cierto..
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