Ha llegado la hora de escribir
sobre una persona muy importante en mi vida.
Alguna vez lo he
mencionado, pero sin dedicarle el espacio que se merece.
Nos conocimos en mi
pueblo. Fue el domingo aquel…, en que llegó desde Santa Cruz a visitar a sus
familiares. Resultó que una prima suya era amiga mía, ella lo presentó a varias
amigas, entre las que estaba yo.
El recién conocido, al
despedirse, me pidió el número de teléfono y la dirección para escribirme o
llamarme -era lo que se solía hacer
entonces- y accedí encantada. A partir
de ese día comencé a recibir cartas suyas cada día, que yo contestaba
amablemente. En fechas señaladas me llamaba por teléfono. Al poco tiempo,
comenzó a visitar a sus familiares con más asiduidad, sobre todo en fiestas,
bailes, reuniones… en fin, ¡que cada quince días, se presentaba en el
municipio!; paseábamos en grupo, me invitaba a bailar, a ir al cine… –en unión de las demás chicas –.
Pasado un tiempo, me
confesó que nada más verme, se había quedado prendado de mí. En cambio, en un
principio, a mí él no me produjo ningún interés, simplemente me pareció un
chico educado y amable. Pero él, paso a paso, supo ganar mi corazón con
voluntad, paciencia y constancia.
Un domingo, cuando ya
se había dado cuenta de que no me era indiferente, me manifestó su deseo de que
fuéramos novios. Eso ocurrió mientras bailábamos un bolero titulado, “Muñequita
linda”; me recitó la letra mientras danzábamos; esa fue la canción que marcó
nuestro noviazgo. Desde entonces, en lugar de aparecer cada quince días a la
localidad, lo hacía cada semana.
¡La relación duró nada
menos que cinco años! Pasado ese tiempo nos casamos, más tarde nació nuestra
hija, hecho que nos llenó de gozo. Hemos tenido una vida llena de cariño y sin
sobresaltos. Considero, que somos una pareja feliz.
Cuando examino mi vida
junto a mi esposo, me doy cuenta de que he tenido mucha suerte. He sido amada,
mimada, cuidada, respetada y, también... ¡me ha proporcionado libertad!; esa autonomía que ansiaba de soltera
y no logré –debido a la época que me tocó vivir–. Mi
marido es una persona tolerante, cariñosa, generosa, detallista y cordial. De
igual forma se trueca como compañero, amigo, confidente y sobre todo, en mi
gran apoyo. También es padre y abuelo ejemplar, además de un yerno admirable
–mi padre lo quiere mucho –. En mi ausencia, es mi esposo quien se ocupa de mi
progenitor, lo hace con afecto y respeto. Por eso, le estoy profundamente
agradecida y le admiro. Paso a paso, nuestro amor ha ido creciendo más y más
cada día. Mi deseo es seguir así hasta el final de nuestras vidas.
Paso a paso, con el ritmo cadencioso y suave que parece una prolongación de ti misma, nos relatas los principios de un amor sereno, apaciguado, pero inquebrantable a través del tiempo, para acercarnos luego, a la semblanza emocionada de él: objeto de amor, admiración, complicidad… No podía entonces, efectivamente, no estar presente en esta andadura tuya por la narración. A él seguro que le llena de orgullo verse reflejado en ella. Y a mí, me ha encantado porque traspasa…
ResponderEliminarUna vida sencilla como la de cualquier pareja pero que, para los protagonistas es su vida, importante y singular
ResponderEliminar!Qué maravillosa historia de amor!. Te felicito. Desde luego en el mundo está demostrado que también existen hombres
ResponderEliminarbuenos.