Hoy
es un día triste; he sido informado que soy adoptado. Los que me han cuidado, querido y educado
durante estos quince años no son mis verdaderos padres. Durante el almuerzo han confesado que me
trajeron clandestinamente desde otro continente. De forma repentina, brota en mi mente el
deseo imperioso de averiguar el lugar concreto del que procedo, además de si
existen otros parientes. Para ello, he solicitado embarcar como grumete, o sea,
aprendiz de marinero.
Con
la ayuda de mi profesor, me han aceptado para este viaje transoceánico. Con ligero equipaje y escasos ahorros, salgo
para el puerto. La travesía consiste en
muchas horas de trabajo, días agotadores y largas noches luchando contra el
viento reinante que balancea la nave sin ningún miramiento. Después de varios meses, cuando la
meteorología vuelve a la calma, observo que un hombre sube al mástil
jadeando. Permanece allí un rato, con
los ojos fijos en el horizonte hasta que grita:
¡tierra a la vista! Por fin
llegamos a América. Experimento un gozo
extraño pues reconozco en ese marinero a Rodrigo de Triana. Sin lugar a dudas nos encontramos en el año
1492.
Como si de un viaje en el tiempo se tratara, este grumete nos desvela el año en que se suceden los hechos para, de este modo, situar en contexto al lector. Muy bien.
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