–Sí,
dígame
–
¡Hola, mamá! ¿qué tal estás?
–
¡Hola, hija! ¡qué alegría oírte!
–
Estoy bien, ¿y tú? ¿Ya comiste?
–
No, me tomé un cortado para
espabilarme. Dentro de un rato me
desayuno
–
¿Ya fuiste al médico?
–
No, voy mañana, ya te contaré lo que me
dice
–
¿Cómo están mis hermanos y sobrinos?
–
Todos están bien, tus sobrinos haciendo
los últimos exámenes
–
Mamá, ahora cuando desayune, salgo a
caminar aprovechando que hoy ha salido el sol, ¡seguro que habrá un montón de
gente tomándolo!
–
¡Qué bien!
–
Mamá, la próxima semana me voy de
vacaciones a Grecia, ¡estaré una semanita!
–
¡Qué envidia! Pues disfruta, que te lo
pases muy bien y ¡cuídate!, muchos besos, ¡adiós!
–
Bueno, mamá, cuídate mucho, ¡besitos!
¡adiós, adiós! ¡hasta pronto!
Los hijos marchan de la casa materna, como es natural, pero cuando las circunstancias obligan a que la marcha sea hacia lugares demasiado lejanos donde el sol es un bien escaso, se dan conversaciones como las que tú nos presentas, Nati. ¡Si lo sabré yo!
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