Ocurrió ayer, sobre las
ocho y media. Yo estaba asomada a la
ventana, cuando vi algo raro e increíble.
Una limusina de color blanco paró delante de mi casa y de ella bajó una
señora vestida con un lindo traje azul.
En su mano derecha llevaba una varita.
Caminó directamente hacia mí. Con
la otra mano acarició mi cabeza, al mismo tiempo que, con su dulce voz, dijo
conocer mi estado de ánimo, mi timidez y retraimiento pero que no debía
preocuparme porque con diez años que tengo, eso era normal. Añadió que con el tiempo cambiaré, que
surgirán nuevos retos, alegres o tristes pero que a pesar de todo, venceré mis
debilidades. Después, se alejó camino arriba,
tal vez buscando otros niños a los que ayudar.
Gracias a su visita, mi ánimo ha sido colmado de una inmensa magia.
Sé que mi madre no va a
creer todo esto. Para que no se enfade,
he decidido no contárselo. Será mi
secreto. El secreto de una niña incomprendida.
Un suceso de peso, sin duda. La visita de un ser que abre el camino a la esperanza, a la certeza de que todo pasa, de que crecemos para convertirnos en mejores personas…¡Quién tuviera esa varita mágica!!
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