El conejo y la tortuga llegan extenuados a la meta
dando por finalizada la carrera. Han
participado para ganar prestigio, así como crearse un lugar preferente en el
mundo animal, dado que próximamente se celebrarán las elecciones generales en
el bosque. Les asalta la duda sobre si
ha merecido la pena haber agotado todas sus energías en una competición tan
dura y desigual. Enfrascados en sus
reflexiones, no percibieron al principio que el portalón de la distinguida
granja se había abierto. En él apareció
muy ufana doña loba, la que ataviada con un gracioso delantal, se dirigió a los
corredores expresándoles cariñosamente:
–Entrad rápido, ¡todos a ducharos!, luego os sentareis
a la mesa; he preparado un suculento almuerzo; comiendo recobrareis las fuerzas
perdidas.
Barlovento, un caballo inglés purasangre, relinchando
con alegría, añadió:
–La tuna, compuesta por los estudiosos saltamontes,
deleitará la sobremesa con una fantástica serenata, interpretando bonitos
pasacalles.
No podía faltar la pizpireta yegua Lilí, la que
también se unió al evento aportando un apetitoso postre hecho por ella misma a
base de cebada y miel. Este último
producto fue proporcionado por sus amigas las picaronas abejas.
En u rincón del comedor, un bóvido rumiante, llegado desde
el Tibet, para pasar sus vacaciones al caliente sol español, disfruta con
entusiasmo del festejo, al mismo tiempo, con su cámara tibetana, saca fotos para
llevárselas a su numerosa familia.
Tras el recital de los tunos ortópteros, el conejo y
la tortuga, reconocen con orgullo que ha valido la pena el esfuerzo
padecido. ¡Han ganado la maratón!. Se sienten recompensados por su hazaña, en
sus cabezas surge un nuevo reto. A
partir de ahora, toca discurrir un buen programa electoral.
Con la satisfacción del deber cumplido, se retiran a
sus moradas para disfrutar de la merecida siesta.
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