A Luisa le
regalaron un rosal muy especial, al que tenía que dedicarle muchos cuidados,
por lo cual le recomendaron que lo mejor sería que compartiera tal tarea con
otro persona de su entera confianza. Por
tal motivo, Luisa le dijo a su amiga Ana que la ayudara en los cuidados del rosal. Aunque su amiga aceptó, ella percibió que su
amiga no lo hacía muy convencida. Así y
todo, siguieron adelante, después de establecer unas normas para que todo
saliese de acuerdo con las recomendaciones que le habían dado.
El rosal debía regarse dos veces al día; una por la mañana y otra por la tarde, siempre a
la misma hora. También acordaron que si
pasaban tres segundos y no había sido regado por la que tocaba, sería la otra
la que abriría el grifo en su lugar.
Pese al acuerdo,
como la imperfección existe, uno de esos días, Ana no abrió el grifo a la hora
establecida por lo que Luisa al darse cuenta, lo regó, con tan mala suerte, que
un poquito después y preocupada por su retraso, Ana repitió la operación. Por supuesto, al rosal le llegó más agua de
la recomendada y se dañó. Sus rosas
azules tan preciosas cambiaron de color, tornándose grises y sin vida.
Luisa lloró
mucho y estuvo mucho tiempo disgustada.
Después de meditar mucho sobre lo sucedido, concluyó que el hecho ya no
tenía solución, pero de ello aprendió que nunca más compartiría
responsabilidades con nadie. El pasado,
pasado estaba; el futuro sería de otra forma.
Tu relato nos habla de los riesgos que implica compartir o delegar responsabilidades en otros. Es difícil mantener todo bajo el propio control y a veces es necesario hacerlo, por muchos motivos. La lección aprendida por Luisa está bien pero, me gusta pensar que también Ana aprendió la suya y que, en lo sucesivo, será más cuidadosa. Creo firmemente en las segundas oportunidades porque todo el mundo se equivoca. Como ves, tu escrito invita a la reflexión. Muy bien.
ResponderEliminarYo pienso que es falta de compenetración, ambas no supieron ponerse de acuerdo, !qué lástima!. MªDolores.
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