De pequeña tenía
el pelo largo, fino y liso. Me peinaban
con trenzas, que dejaba colgando o recogidas hacia arriba, sujetas con un lazo.
Unos años
después, con doce o 13 años, me hicieron la permanente. Fue un martirio, con aquellas pinzas
calientes que quemaban el pelo y el cuero cabelludo: era lo que había en
aquella época.
Con el paso del
tiempo, mi pelo fue creciendo hasta convertirse en una melena larga que me
llegaba por la cintura; era lisa como la llevan las chicas de ahora.
Después de tener
a mis hijos, mi pelo empezó a caerse más y más. Mandé a que me lo cortaran por los hombros.
Ese pelo sobrante lo tengo guardado como un recuerdo, cuando lo que a lo mejor
debería hacer con él es ¡una peluca!. A
medida que me hago mayor, tengo menos pelo.
Cuando voy por
la calle y veo a cualquier señora con una cabellera abundante, siento
admiración y envidia pero, ¡envidia sana!
Me encanta que tu y yo pasáramos por los mismos sacrificios con nuestros pelos, sin conocernos ni saber nada una
ResponderEliminarde la otra. !Es fantástico!. MªDolores.