Cuando yo tenía
once o doce años, mi madre enfermó y tuvo que guardar cama durante bastante
tiempo. Vivíamos entonces en la casa de
mis abuelos, que eran muy mayores y también estaban enfermos. Mi abuela tenía cataratas y estaba ciega; a
mi abuelo le había dado una trombosis.
Así que en medio de esa tesitura, me vi en la obligación del relevo de
mi madre. Pese a todo, nunca pensé que
aquello era mucho para mí. Acepté de
buen grado la responsabilidad de la casa y del cuidado de tres personas
enfermas.
Recuerdo un día que fue
un poco complicado. A mi abuelo le
bajaba la tensión con frecuencia y se desmayaba. Cuando esto ocurría tenía que darle unas
gotas. Ese día del que hablo, estaba
sentado en la sala cuando sucedió. Yo le
di las gotas directamente en la boca, sin agua, sin saber siquiera si las podía
tragar o no. Cuando se recuperó y vio
que estaba en su cama, me preguntó: ¿quién me trajo hasta aquí?. Al contestarle que había sido yo, le pareció
imposible porque yo era muy delgada y él un señor muy alto pero, ¡querer es poder!
Responsabilidades enormes para tan corta edad. Al describirme a la niña que eras, nos acercas mucho más a la mujer que eres. Me gusta cómo cuentas.
ResponderEliminarNo importa la constitución del cuerpo, siempre puede más los sentimientos y sobre todo el amor de hija. Muy bonita
ResponderEliminartu vivencia aunque sea triste. Mª Dolores.