El sábado 30 de
noviembre de aquel año, hizo un tiempo radiante en las islas. Soplaba una brisa suave y el cielo estaba
despejado. A las cinco de la tarde, aún
brillaba el sol esplendoroso. La novia
estaba en su dormitorio. El traje de
novia le sentaba muy bien; con aquel sombrero y el velo parecía una princesa de
cuentos de hadas. Su madre subió a darle
el ramo que habían preparado sus amigas.
-¡Dios mío, hija mía!
¡Qué preciosa estás! –exclamó nada más verla.
Ya se oía la música
en el jardín. Los invitados la
esperaban. Su padre marchaba por el
salón como un avestruz que trataba de agrupar a sus polluelos. Casi al instante, apareció el hermano con el
novio. Él también iba muy elegante,
aunque algo envarado. En cambio, el
novio era la viva imagen de la desenvoltura y la naturalidad.
A los acordes de la
marcha nupcial, apareció la novia, del brazo de su padre. Cuando los novios se sentaron ante el altar,
ella miró con amor y ternura a quien iba a ser su esposo. Él había llegado a ella desde muy lejos pero,
estaba convencida de que juntos los dos, llegarían más lejos aún. Ambos sintieron que habían estado esperando
el uno por el otro desde hacía muchos, muchísimos años… pero, allí estaban,
empezando juntos una vida nueva.
Luisa, has condensado muy bien, atmósfera y sensaciones de un día inolvidable. Contadas las cosas, desde la emoción, es fácil transmitir lo mismo a quien lo lee. Muy bueno.
ResponderEliminarSE NOTA QUE SE TRATA DE UNA NOVIA MUY ENAMORADA LO MISMO QUE SU FUTURO ESPOSO Y, EL ENTORNO IDÍLICO HACE EL RESTO.FELICIDADES QUERIDA COMPAÑERA,
ResponderEliminarEsa yeya
ResponderEliminarEsa es la historia de mis yeyos que bonito!!!
ResponderEliminarMira como sabe mi yeya
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