Era un día
como cualquier otro en el centro de mando de la policía, cuando recibieron una
llamada anónima que indicaba que en una vivienda que parecía abandonada, se
oían gritos y lamentos. Se trataba de un
edificio de dos plantas con muchas ventanas al lado de una antigua fábrica de
maniquíes con tres torres altas y llamativas.
El dueño del edificio había muerto hace unos años sin dejar herederos y
en cuanto a la fábrica, al cerrar su actividad, quedó abandonada a su suerte,
igual que la casa.
Una patrulla
de policía se dirigió al lugar de los hechos y, en cuanto llegaron, echaron un
vistazo alrededor del edificio.
-¡Aquí no
hay nadie! –dijo un poli.
Fue entonces
cuando vieron destapada la tapa de una alcantarilla. Fueron hacia ella y, ayudados con una
linterna, miraron en su interior. No
vieron nada más que ratas que corrían como locas, deslumbradas por la luz. El sobresalto de los policías fue enorme y
taparon rápidamente la alcantarilla.
Dirigieron el foco hacia las ventanas del edificio y pronto se fijaron
en una claraboya que estaba en el último piso.
Descubrieron el rostro de una joven pálida y asustada. Los agentes corrieron hacia la puerta que estaba
abierta y entraron con sigilo pues no sabían con qué iban a encontrarse, en
medio de aquella oscuridad.
-¡Vamos a
pedir refuerzos! –le dijo un policía a su compañero
-No hace
falta, seguramente es alguna drogadicta que se metió en la casa y se quedó
encerrada y ahora no puede salir.
Cuando
subían las escaleras de madera, que crujían bajo sus pies, de pronto se cerró
la puerta de entrada. El susto de los
policías fue enorme.
-¿Quién
cerró la puerta?
-Seguramente
fue el viento
Siguieron
subiendo hasta llegar a la habitación de la claraboya. Abrieron con recelo. Todo estaba en tinieblas. Dirigieron el foco de luz a la ventana y se
quedaron clavados en el sitio. Allí
estaba el rostro que vieron desde la calle.
Toda la habitación estaba llena de ellos, unos en los sillones, otros en
el suelo. Salieron corriendo, tropezando
con todo lo que encontraban a su paso. No olvidarían jamás esa noche ni aquellas
caras pálidas y tristes de los maniquíes.
Cuando
llegaron al cuartel, sus compañeros los recibieron riendo
-¡Qué! ¿Cómo
les fue en la casa de los espíritus?
Muy bien estructurado este relato que sabe mantener la intriga y el suspense hasta el final. Y por si esto fuera poco, has sabido combinar la imagen, el título y tu relato, maravillosamente. Muy buen trabajo.
ResponderEliminarCada día vez me sorprendes más y muy gratamente. Me entusiasman tus relatos.
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