Me desperté
sobresaltado en mitad de la noche y entonces escuché unos ronquidos como
truenos. ¡Qué lata! Me quedé mirándola y le di un empujón. Le dije que se volviera de lado, que se iba a
hacer polvo la garganta. Al rato, otra
vez, otro codazo, ¡qué te vires de lado, pelmaza, que no hay quien aguante
dormir contigo!. Luisa me miró
apenado. Ya no era lo mismo, sí, después
de veinte años de casados, ya nada resultaba ser lo mismo. Antes era, cariño, date la vueltita, apoya tu
cabecita en mi hombro, en fin, ¡eso es lo que hay!... aguantaré sus ronquidos…
Simpático microrrelato, contado con tu sello particular. El amor es un ser vivo que parece ir cambiando a medida que el tiempo avanza. Yo lo sigo viendo patente en esa última aceptación de las cosas
ResponderEliminarCaya, tienes humor hasta para aguantar los ronquidos, no sabes cuanto te envidio.
ResponderEliminarSi tuvieran que aguantar los ronquidos de mi marido, divorcio seguro.Los tapones dan buen resultado, lo se por experiencia.
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