Irene era una joven encantadora, alta, delgada y muy
guapa. Todos los días salía de su casa a
las ocho de la mañana, para asistir a clases de baile. Para ella no existía nada en el mundo más
importante, ni que la hiciera más feliz. Quería ser profesora y montar una
academia, pero primero recorrería el mundo, triunfando en los escenarios y se
haría famosa.
Un día, iba ensimismada en sus pensamientos cuando,
de improviso, apareció un mercedes negro a toda velocidad y, sin que el
conductor ni ella lo pudieran evitar, se
le echó encima y la arrolló.
Irene pasó dos meses muy grave en el hospital, pero
con el tiempo, se fue recuperando de todo, menos de una pierna que terminaron
sustituyendo por una ortopédica. Como es
de suponer, todos sus proyectos e ilusiones, se desmoronaron, sin embargo,
gracias a la fortaleza de su carácter y a sus convicciones religiosas, logró
sobreponerse y encauzar su vida por otros derroteros, que también la llenaron
de felicidad.
Efectivamente se necesita mucho arrojo para hacer frente a tanta fatalidad y para decirle adiós a los sueños para inventarse otros nuevos. Sin duda, Irene lo tenía y, tal como se pedía, se ve muy presente en el relato, sin necesidad de nombrarlo. Buen trabajo.
ResponderEliminarLa fuerza de voluntad todo lo puede.Tener algo en que apoyarse ayuda mucho.
ResponderEliminarTu narración demuestra lo que se puede hacer en los casos extremos.
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ResponderEliminarme encantan tus relatos,la paena es que a veces se me quedan cortos...te metes de lleno en ellos y esperas más..Un abrazo.
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