Se conocieron cierto día por internet. Primero entablaron una amistad, simpatizaron,
y se contaron sus vidas. Pasados unos
meses, descubrieron que estaba enamorado el uno del otro. La relación fue cada vez más intensa, más íntima
y, por supuesto, más romántica. De lunes
a domingo, chateaban durante dos horas cada día. Para el muchacho era insuficiente, ¡la echaba
tanto de menos!. Sentía la necesidad de
intercambiar emociones y sentimientos cara a cara y le resultaba muy difícil no
estar junto a su amada. Por tal motivo,
tomó un mes de vacaciones en la empresa donde trabajaba y, por sorpresa, se
presentó en el domicilio de su amor, allende los mares.
Cuando estuvo junto a la vivienda, le hizo una
llamada al móvil –no dijo quien era –solo que bajara un momento que le esperaba
una sorpresa. La chica no se hizo esperar, enseguida estaba en la puerta del
domicilio. Su estupefacción al verlo fue
tal que no podía articular palabra.
Después de unos segundos interminables, se fundieron en un abrazo. Ella fue la primera en reaccionar y comentó
aturdida:
-¿Qué haces, loco? ¿Por qué no me has dicho que
venías? Te he prohibido miles de veces
que me llamaras por teléfono, ¿por qué lo has hecho?. Si llega a coger la llamada alguien de mi
familia, se lía gorda. ¡Insensato, más
que insensato! –mientras hablaba, se notaba su nerviosismo y tenía la voz
entrecortada y los ojos llorosos.
-¿No te alegras de verme? Esperaba otra clase de recibimiento –comentó él,
desconcertado –yo estoy muy contento, llenas todas mis expectativas, eres
infinitamente más guapa que en las fotos. ¡Te adoro cariño! –su entonación
manifestaba toda su pasión.
Fue en aquel momento, cuando se abrió la puerta de
la calle y apareció un niño de unos seis años.
-Mami, has dejado el juego a medias, te estamos
esperando para terminarlo, papi dice que entres.
-Es mi hijo mayor, tengo una niña de tres años. Ellos son mi vida, junto con mi esposo –empujó
al niño hacia el interior de la casa y añadió – Perdona, nunca he pretendido
hacerte daño. No entiendo lo que ha
sucedido.
Pronunció aquellas palabras con voz emocionada y un
rictus de amargura en su semblante.
Cerró la puerta tras de sí y desapareció sin mirar atrás.
Él, descorazonado, cogió la maleta y desengañado, se
marchó cabizbajo con su decepción a cuestas.
Como lectora, puedo sentir la desazón y la fuerte decepción del protagonista. Los sentimientos de ella parecen más difusos, lo que de cualquier forma, nos deja la posibilidad de ponerles el nombre que consideremos oportuno. Yo presiento en ella, tristeza, dolor por haber roto él, un juego ilusionante con el que alegrar la rutina. Ambos quedaron decepcionados, entonces.
ResponderEliminarEs evidente que para ella fue un pasatiempos. Seguramente, el daño que causó no fue intencionado pero..., tendría que haber previsto las consecuencias.
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