Amanece un nuevo
día para Crispín, que siente en su negro cuerpo el frío de una frío de una
soleada mañana de primavera, al mismo
tiempo que percibe el olor de las retamas.
Después, clava sus orejas para escuchar las risas de las flores del
Teide. Eso le ayuda a llevar a cuestas
su soledad, consiguiendo olvidar la lejanía de la casa que habitó, hasta ahora.
Tras los sonoros
ja, ja, ja, de las flores del Teide, Crispín lo agradece con un armonioso
ladrido, para luego continuar la búsqueda del alimento diario. Su amo lo abandonó en el Valle de Ucanca y su
historia se convierte en un vagar permanente.
Mas, como no hay mal que cien años dure, una tarde compartida con las
flores del Teide, un hombre acompañado de un niño se apea de un coche. Al ver a Crispín, tan juguetón, el niño
suplica a su padre que le deje llevárselo.
Por fin, va a disfrutar de un nuevo hogar. Sin embargo, en su cerebro perruno, siempre
escuchará las pícaras risas de las flores del Teide. Seguidamente, el travieso Crispín, con toda
la rapidez que le dejaban sus cansadas patas, se introdujo en el automóvil para comenzar una nueva vida.
Has resuelto muy bien este relato, a partir de un título impuesto desde el cual se presumía ibas a situar en Flores del Teide. Te alejaste cuanto pudiste de lo previsible, en un buen ejercicio de imaginación
ResponderEliminarEres fantástica, todo lo que escribes despierta interés en el lector.Felicidades
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