Muchas veces, antes de dormir, vienen a mi mente instantáneas del pasado; esos momentos evocadores de mi vida pasan delante de mis adormecidos ojos como si de una película se tratara.
Recuerdo aquel lugar en que nací: un latifundio de verdes y extensas praderas donde fui feliz. Paseaba, corría y jugaba; no existía el peligro. Pero, un día, mis asombrados ojos vieron con sorpresa, como emergían de la tierra unas líneas paralelas hechas con listones de madera, rematadas a ambos lados por largas vigas. Cada día iban creciendo más y más; parecían interminables. Les puse por nombre “Las líneas del tiempo”. Los entendidos las llamaron “Las vías del tren”.
A partir de entonces, no pude jugar como antaño con mis amistades, pues no lográbamos divertirnos como hacíamos antes de que brotaran aquellas nefastas líneas del tiempo. ¡Temíamos perder la vida!
Ahora estoy en la metrópoli, vivo en una bonita finca, soy mimada y admirada; los visitantes me hacen fotos y me sacan en videos para llevar mi imagen a sus casas, como recuerdo. A pesar de disfrutar con todo, evoco con nostalgia y cariño mi vida anterior en el campo. Soy consciente de mi fama, mi cara ha sido portada de revistas y todos me conocen como “La vaca que ríe”.
Reto superado. Título, tono e imagen en perfecta armonía y con un broche final que regala sonrisas, Mary.
ResponderEliminarEres tu que siempre ves el vaso medio lleno. Gracias por los elogios.
ResponderEliminarLa vaca tiene que estar contenta, pues la sociedad le ha sabido sacarle partido. Gracias por tu narración.
ResponderEliminarMª Dolores.